Roma: Una maravilla en blanco y negro

Si hay algo que me fascina de Alfonso Cuarón es su eclecticismo insobornable, su capacidad para saltar de un género a otro con una facilidad pasmosa y encima… hacer que casi todas sus películas sean buenas. El señor adapta a Charles Dickens, y luego hace una comedia dramática, y luego una película de Harry Potter (la mejor de toda la saga, por cierto), y luego un drama distópico de ciencia ficción y luego una aventura espacial y ahora nos viene con un drama costumbrista inspirado en su propia infancia y en las mujeres que lo cuidaron entonces. Y lo clava. Porque Roma (cuyo título viene al caso de que se ambienta en un barrio de clase media-alta llamado así de México D.F.) es una maravilla. Es dura, pero conmovedora. Es un trozo de la vida mexicana de los años sesenta y habla de toda clase de asuntos integrándolos perfectamente en la historia de una criada del hogar de aquellos tiempos.

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Tenemos clasismo e hipocresía social, y discriminación del indígena, y pobreza, y machismo, y aporafobia, pero también una humanidad increíble alejada de todo maniqueísmo posible. Los personajes son reales, creíbles cien por cien, dolorosos casi, y están espléndidamente interpretados y todos tienen una pirueta llena de significado que realizar frente al espectador para enriquecer su fresco coral. Desde la mencionada criada hasta sus jefes, de familia rica, pasando por su desconsiderado novio o por los ambiguos niños a los que cuida. Casi ninguno es bueno ni malo, y el a priori más clasista sorprende con destellos de bondad inesperados.

El caleidoscopio social y emocional de Roma es maravilloso, inolvidable, de una lucidez brutal, y contrapone las vidas en la ciudad y en el campo, en la riqueza y en la pobreza, en el cuerpo de un hombre y en el de una mujer. Su fotografía es portentosa, inolvidable, y escenas para el recuerdo tiene cientos, y momentos que ponen los pelos de punta otros cuantos (el plano de la playa y las olas quedará para los anales de la historia del cine: es un clásico instantáneo, desde ya, desde ayer). La nueva película de Cuarón te atrapa y no te suelta, te sumerge en el claroscuro total, te enseña que la vida no es cuestión de blancos y de negros y te muestra que todos somos vileza y luminosidad. Maravillosa. Imprescindible.

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Roma traditoribus non praemiat: líneas reescritas en la Historia. Viriato y Roma

Solo excepcionalmente, la grandilocuencia acompaña al momento; esos preciados segundos que separan el instante del pasado, no suelen estar compuestos de palabras que llegarán a ser eternas. Historiar nos hace ser tristemente conscientes que, al igual que en nuestro presente, se hace uso de visiones propagandísticas del pasado como arquetipos morales o formas de legitimar equis empresa; no es novedoso, ellos lo hicieron antes.

La construcción histórica de Roma, desde su nacimiento hasta el ocaso, ejemplifica un gran proyecto que pretendía aleccionar, a sí y a la posteridad; colmado de adaptación y, con un claro propósito de inmortalidad. Pero antes de adentrarnos, de analizar este aforismo, debemos comprender el contexto.

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La muerte de Viriato (1807), José de Madrazo y Agudo

Contextualicemos, siglos II Antes de la Era Común, la conquista de la antigua Iberia griega puso sus cimientos con el desembarco romano de Ampurias en el año 218 AEC. A partir de entonces, y hasta el 19 AEC, la Península sería un hervidero de luchas entre el invasor, la Roma republicana y, a su término, la Imperial; contra una amalgama de etnias que poblaban lo que hoy es territorio de Portugal, España y Gibraltar.

De todos estos grupos, uno se destacó por su ferocidad; no son otros que los lusitanos, tema central de nuestro artículo. ¿Quienes eran? Lo que sabemos de ellos es que poblaron el oeste de la Península, mayoritariamente Portugal, pero también las actuales Salamanca, Zamora, Cáceres y parte de Toledo. La tradición oral y escrita ibero-lusitana no nos ha dejado mucho, nada en cuanto a Viriato. Por ello, debemos recurrir a fuentes greco-romanas para su estudio, siendo los más prolíficos e interesantes Apiano de Alejandría, Diodoro de Sicilia y Dión Casio, aunque otros como Estrabón, Lucio Anneo Floro, Tito Livio o Plinio, entre tantos, también tratarían en menor medida las guerras lusitanas y su contexto.

Lo que sí poseemos son testimonios arqueológicos ibero-lusitanos, normalmente en contexto fúnebre, que han sumido a buena parte de los investigadores en debates para dilucidar el componente celta o indígena de la población. La importancia de estos yacimientos es vital; el propio nombre de Viriathus, procede del ibérico «viria», que hace referencia a las pulseras y/o brazaletes que portaban y que se han hallado en estos yacimientos.

Viriato. L. Silva. 1839. Biblioteca Nacional de Portugal
Viriato (1839), L. Silva. Biblioteca Nacional de Portugal

La mitificación de Viriato se debe a distintos factores, pero en ningún caso debemos creer que fue el único general indígena que se opuso al expansionismo romano. Nombres como Indibil, Mardonio, Caicenos o Caisaros; ciudades como Numancia y, los propios 200 años de resistencia en contraposición a los seis que sufrió la Galia, lo evidencian. Esta sobrexposición se debe, por un lado, a que el suceso que narraré está profusamente relatado en textos latinos; pero, sin duda, la posterior construcción iniciada en el tardomedievo, con Viriato como baluarte contra el enemigo de fe, que llega a su cénit con los Estados-nacionales, donde España y Portugal se disputarían el origen de tal honorable antepasado, ha sido determinante.

En respuesta a esta confrontación nacionalista, el filólogo Mauricio Pastor Muñoz la tacha de «lucha estéril»; mientras que el doctor en Historia Amilcar Guerra pronunciaría que «no hay que reclamar un origen portugués o español a Viriato, era un lusitano, de un territorio que englobaba zonas a ambos lados de la frontera actual». Esta concepción académica, no nos libró ni nos libra de usos contemporáneos de la figura de Viriato, véase el dado por ambas dictaduras Ibéricas. Durante el régimen dictatorial de Francisco Franco Bahamonde, ya en 1939, se editó la Enciclopedia de los Saberes Universales, un libro destinado a niños donde Viriato empieza a construirse como mito romántico y decimonónico al modelo del Dictador, mientras que a su vez es retratado con aspecto bíblico, al galope y portando una honda, en lo que podemos señalar como un retorno al paradigma estoico del «buen salvaje», no tentado por la fortuna ni la civilización.

Escultura de Viriato de Eduardo Barrón. Presentada a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884
Escultura de Viriato (1884), Realizada por Eduardo Barrón para la Exposición Nacional de Bellas Artes

Nada seguro sabemos del origen del hombre del que L. A. Floro diría que, de no haberle abandonado la suerte «se hubiera convertido en el Rómulo de Hispania«. Posible pastor o bandido, reconvertido a militar; posible militar menor, alzado como jefe de la resistencia. Existen numerosas versiones que se contradicen entre sí.

De él, Dión Casio escribió: «Viriato fue un lusitano de origen oscuro, según algunos, que logró gran renombre con sus hazañas, ya que de pastor llegó a ser ladrón y más tarde general». En la misma línea, Diodoro de Sicilia postularía que «el lusitano Viriato, de oscuro linaje según algunos, pero famosísimo por sus hazañas, ya que de pastor se hizo bandolero y después general, era por sus condiciones naturales y por los ejercicios que hacía extremadamente rápido en la persecución y huida y muy fuerte en la lucha a pie firme».

Justino y, de nuevo, Diodoro de Sicilia, ahondan en su extrema humildad, de nuevo influenciados por el estoicismo y dándole más perspectiva a este retrato psicológico que ya se iba perfilando: «fueron propias de él la valentía y continencia, de tal manera que, aunque a menudo venció a los ejércitos consulares, a pesar de tantas hazañas, no alteró la condición de sus armas ni de sus ropas, ni en definitiva su manera de vivir, sino que había de conservar aquella vestimenta con que había empezado a combatir el principio, de tal manera que cualquier soldado parecía más rico que el propio general». «Viriato, el caudillo lusitano, era muy escrupuloso en la distribución de los botines: él basaba sus premios en el mérito dando especiales regalos a los hombres que se habían distinguido del resto por su bravura y no tomando para sí nada que perteneciera a la comunidad. Como consecuencia, los lusitanos le seguían de buen grado a la batalla, y le honraban como benefactor común y como sabio».

Recurriendo a Apiano nos hacemos eco que la primera mención a Viriato es de la mano de la indigna acción o felonía del gobernador de la Ulterior, Servio Galba. En el año 150 AEC, debido a una terrible presión, los lusitanos deciden capitular. Galba en un acto de supuesta magnanimidad republicana, les promete tierras para que se asienten en ellas a modo de colonos si entregaban sus armas y juraban fidelidad a Roma. Sin embargo, una vez en la reunión, el pretor ejecutó una carnicería. De los 30 mil lusitanos que se prestaron, 9 mil fueron asesinados, 20 mil hechos prisioneros para venderlos en la Galia y, alrededor de mil, consiguieron escapar. Entre ellos, se encontraría Viriato, quien para Pérez Vilatela ya debía ser entonces jefe militar por el comportamiento que demostraría en lo sucesivo.

Esta acción indignó a muchos senadores, el propio Catón propuso la liberación de los prisioneros y la creación de un tribunal para dilucidar la culpa en los actos de Galba. Sin embargo, el pretor a su llegada a Roma traería consigo parte de lo saqueado en Hispania. Con ello, todo fue olvidado; incluso, cinco años más tarde, Servio Galba fue nombrado cónsul.

Sobre la acusación sobre Galba, Apiano escribió: «entonces Galba, hombre mucho más codicioso que Lúculo, distribuyó una parte pequeña del botín entre el ejército y otra parte pequeña entre sus amigos, y se quedó con el resto, pese a que ya casi era el hombre más rico de Roma. Se dice que ni siquiera en tiempos de paz dejaba de mentir y cometer perjurio a causa de su ansia de riquezas. Y a pesar de que era odiado y de que fue llamado a rendir cuentas bajo acusación, logró escapar debido a su riqueza”.

Los supervivientes se organizarían, según las fuentes clásicas consultadas, poco después de la traición, emprendiendo incursiones contra la Turdetania. La información que poseemos sobre el pueblo lusitano ya nos prevee que el bandolerismo es muy común entre las poblaciones del interior, mucho más pobres que las del litoral. Por ello, se dedicaban en paralelo a otras actividades, a saquear el valle del Guadiana y el Guadalquivir. En respuesta a estas incursiones para el pillaje, Roma envió al pretor Cayo Vetilio, quien tomó el mando de 10 mil hombres. Dicho general, cercó a los lusitanos en Ursu (actual Osuna, Sevilla) y, viéndose estos acorralados, pidieron parlamentar. En respuesta, Viriato se erigió y recordó a los suyos que Roma no cumplía sus juramentos. Es en este instante donde Apiano señala que Viriato fue nombrado hegemón, título elegible y no hereditario, asimilable a jefe o caudillo.

Con fuerzas renovadas, y con un nuevo plan, el nuevo líder lusitano mandó a los suyos a desplegarse, en una pantomima de combate, para que después se disgregaran en todas las direcciones y marcharan por distintas rutas hacia la ciudad de Tribola. Junto a Viriato, aguardaron en la colina mil jinetes. Con su conocimiento de la orografía del lugar, estuvieron durante días provocando y retirándose, forzando al enemigo a seguirles, el tiempo suficiente para que sus tropas se hubieran reunido en Tribola, a la cual finalmente marcharon.

Allí los lusitanos emboscarían a las fuerzas romanas en un angosto valle, aniquilándolas. En la batalla moriría el propio Vetilio. Apiano, en relación con este suceso, escribe que: «el soldado que lo capturó, al ver que se trataba de un hombre viejo y muy obeso, no le dio valor alguno y le dio muerte por ignorancia».

A la emboscada en Tribola, pudo escapar una ínfima parte del destacamento, que partió para Carteia (actual Algeciras, Cádiz), para aprovisionarse y solicitar ayuda a sus aliados, sumando con ello 5 mil hombres más. Al enfrentarse de nuevo a los lusitanos, no habría supervivientes.

Los indígenas no solo conocían el territorio, eran conscientes de que no podían enfrentarse en campo abierto en igualdad de condiciones, nunca buscaron una conquista duradera; saqueaban y seguían resistiendo. Para ello, usaban la táctica de guerrillas, debilitando al enemigo, emboscándolo y situándolo a placer en parajes elegidos especialmente por su dificultosa defensa. Amilcar Guerra aseguraba que esta estrategia para los romanos era sumamente difícil de entender, quizás en muchas ocasiones la infravaloraron por ello: «dicen que es muy desorganizada porque no corresponde a la estrategia a la que ellos están acostumbrados, sin los mismos principios con los que se encuentran identificados».

Ante la muerte de Vetilio, Roma enviaría a una sucesión de generales. En primer lugar, fue Cayo Plaucio al mando de 10 mil hombres y 300 jinetes. Usando su habitual modus, Viriato consigue mermar sus tropas, derrotándole finalmente en el Monte de Venus. La ubicación de este monte ha suscitado numerosos debates historiográficos, a día de hoy la posición de Schulten, quien sostenía que los lusitanos se adentraron en tierras plenamente meridionales parece en deshuso. Tras Plaucio y el enfrentamiento con los pretores de la Citerior, Claudio Unimano y Nigidio, quienes sufrieron además la vergüenza del robo de sus estandartes como trofeo de guerra para pavoneo de los lusitanos; el Senado envió en el 145 AEC a Fabio Máximo Emiliano, cónsul de la Ulterior. Llegamos con él a un punto de inflexión, la Tercera Guerra Púnica había llegado a su fin, por ello, Roma poseía más recursos para aplacar las sublevaciones hispanas, y gracias a ello los romanos recuperarían el valle del Guadalquivir, con ciudades como Tucci (actual Martos, en Jaén), que servía a los lusitanos como base para organizar partidas para saquear la Bastetania.

No obstante, en una primera toma de contacto, Máximo Emiliano se decantó por dar descanso a los héroes de Cartago, eligiendo a jóvenes inexpertos para su campaña, que con la suma de sus aliados llegaron a los 15 mil soldados y a los 2 mil jinetes. Antes de enfrentarse a la pericia lusitana, el general romano instruyó a sus tropas casi un año de los dos que duró su mando pese al acoso de los de Viriato, que atacaban y retrocedían, matando a muchos ingenuos en las escaramuzas. Una vez formados, el contingente romano marchó en el 144 AEC contra los lusitanos, quemando en su camino campamentos, retomando ciudades y derrotando en alguna ocasión a los rebeldes. Durante las guerras lusitanas, no podemos obviar que Viriato tuvo el control de muchas ciudades béticas, especialmente en el Alto Guadalquivir.

En relevo de Máximo Emiliano llegó Quinto Pompeyo y, poco más tarde, Fabio Máximo Serviliano, al mando de 18 mil infantes, 1600 jinetes y, tras una corta espera, 10 elefantes de guerra y 300 jinetes libios proporcionados por Micipsa, rey de los númidas. Este contingente marchó contra Viriato, que una vez más, emprendió su retirada, aprovechando el desorden que ello generó en el grupo romano para atacar en medio del caos, haciéndoles perder casi 3 mil hombres.

Tras la confrontación, Viriato y los suyos, a los que ya se les había adherido otros pueblos en rebelión con Roma como los célticos, los vetones, los vacceos o los bastetanos, se adentraron en la Lusitania para reabastecerse, mientras los romanos reconquistaban ciudades como Itucci en su camino para alcanzarles. Viriato podría haber eternizado el conflicto, pero los suyos mostraban señas de agotamiento, por lo que se prestó al diálogo. Con Serviliano, los lusitanos consiguieron firmar la independencia de sus tierras y ser considerados amigos del pueblo romano en el año 140 AEC, siendo este pacto o foedus ratificado por el Senado.

Sin embargo, en Roma muchos senadores vieron en esta, una salida indigna; una derrota de facto a manos de nada menos que bárbaros. El procónsul Quinto Servilio Cepión llegó a Hispania en el año 139 AEC como sustituto de Serviliano y representante de esta facción descontenta. Poco después, retormaría las hostilidades pese a lo acordado.

El diálogo volvió a abrirse, Cepión exigía la entrega de los desertores y rebeldes más laureados, así como la entrega de armas. Antes estas exigencias inverosímiles, Viriato se retira a las montañas, mandando a tres de sus lugartenientes a negociar con el procónsul. Estos fueron Audax, Ditalcos y Minuros, quienes según las fuentes clásicas, fueron convencidos por Cepión para retornar a su campamentos y, aprovechando la confianza depositada en ellos, acercarse a su líder en medio del sueño y asesinarlo.

Este desenlace fue tan deshonroso para los republicanos, tan contrario a la fides y virtus, que progresivamente el relato sería modificado. Valerio Máximo sobre el procónsul diría que: «Cepión no ganó sino que compró la victoria». En el mismo sentido, Apiano nos narra como tras el asesinado, el instigador permitió que los traidores quedaran con el soborno, pero «en lo tocante a sus restantes demandas, los remitió a Roma». Quesada-Sanz postula que por todos conocido aforismo «Roma traditoribus non praemiat» que preside este artículo, debió surgir en consonancia a las palabras de Europio ya en el siglo IV de la Era común, quien afirmaba que «nunca fue del agrado de los romanos que los generales fueran asesinados por sus propios soldados».

Fuese como fuere, con Viriato muere la resistencia ibérica mejor articulada. Lucilio en su obra compararía al lusitano con las hazañas de Aníbal, mientras Amiano Marcelino vería en él al Espartaco lusitano. Para otros, como Veleyo y Patérculo, Viriato nunca dejó de ser un bandido.

Entre el 150 y el 139 AEC, el líder lusitano mantuvo en jaque a la gran Roma republicana, y con su muerte, la agridulce victoria llevará a la transfiguración del suceso y la persona que lo sufrió por parte de los historiadores republicanos; y, al enjuiciamiento de tal tropelía por parte de los imperiales, que vieron en este acto una de las evidencias de la pérdida de los valores que regían la República.

 

Bibliografía y webgrafía

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  • Gil González, Fernando (2014), “Un análisis historiográfico de la figura de Viriato desde los tiempos medievales hasta el siglo XIX”, Estudios de Historia de España, XVI, pp. 25-44
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  • Pérez Abellán, José Antonio (2006), “Problemática en torno al estudio de la figura de Viriato”, Panta Rei, 1.2, pp: 45-55
  • Quesada-Sanz, Fernando (2011), “Un héroe para Hispania: Viriato”, La Aventura de la Historia, 148, pp: 46-51
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  • Rodrigo, Belén (2013), “Viriato ¿héroe español o portugués?, ABC.es. Disponible en: http://xurl.es/ax9ia

 

Lex Flavia Malacitana: historia y descubrimiento

Desde el siglo II a. C., con la llegada de los romanos a Hispania, la ciudad de Malaca ha contado con un trato favorable debido a no resistirse al nuevo pueblo invasor. Malaca fue entonces foedus de Roma. Es decir, no pagaban tributo y su único deber era facilitar hombres para las conquistas de Roma. Sin embargo era un statu que limitaba algunos derechos que pudieron obtener tres siglos más tarde con la Lex Flavia Malacitana.

La ciudadanía romana

Al principio, poseer la ciudadanía romana era un privilegio que se guardaron las familias patricias de Roma. La ciudadanía otorgaba una serie de derechos a los non optimo iure como poder casarse con otros ciudadanos romanos y poder comerciar y tener propiedades, aunque no todosEran los optimo iure quienes sí poseían todos los derechos, ya que podían votar y presentarse como cargo público.

Pero no sólo existía la ciudadanía romana, también existía la latina, que por un tiempo fue reservada para los miembros de la Liga Latina, creada originalmente en el siglo VII a. C. y formada por un conjunto de tribus para defenderse mutuamente de agresiones externas, sin embargo también hubo altercados internos que acabaron con la disolución de la alianza y bajo el dominio de Roma. Esta ciudadanía, que incluía el derecho al comercio y a la propiedad, a moverse libremente y al asentamiento en Roma, fue otorgado posteriormente a otras poblaciones fuera de Italia, como en Hispania, sobre todo con la llegada de Vespasiano al poder.

El año de los cuatro emperadores y Vespasiano

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Vespasiano

Después del año 69, conocido también como el año de los cuatro empreadores, Vespasiano dictaminó un decreto imperial para otorgar la ciudadanía latina o ius latii a las poblaciones de Hispania, con el fin de crear estabilidad en el Imperio. Se calcula que unos 350 localidades se vieron afectados por la reestructuración que supuso el ahora llamado Edicto de Latinidad de Vespasiano. A algunos pueblos, que conservaban sus instituciones indígenas tardaron décadas en adaptarse a la estructura romana.

Aunque el proceso de latinidad de Hispania empezó ya con César y Augusto, fue con Vespasiano cuando la mayor parte de los hispanos pudieron disfrutar de sus derechos. Aunque a veces tardó en llegar a los municipios, pues la Lex Flavia Malacitana llegó ya en tiempos de Domiciano.

Descubrimiento

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Amalia Heredia y Jorge Loring, I Marqués de Loring

Bien conocida es la historia de su descubrimiento en el monte de El Ejido de Málaga por dos tejeros que se estaban proveyendo de barro para su labor cuando se encontraron con dos tablas de bronce que contenían las leyes de Malaca y Salpensa —la actual ciudad sevillana de Utrera— y que pretendieron vender a la fundición. Sin embargo ambas tablillas fueron salvadas por Jorge Loring y su esposa Amalia Heredia Livermoore. A pesar de la insistencia del académico Ildefonso Marzo para transportar el hallazgo a la Real Academia de Historia de Madrid, el matrimonio comenzó una colección de objetos arqueológicos hallados en la ciudad que acabarían en el Museo Loringiano de carácter privado localizado en el Jardín botánico La Concepción.

Manuel de Berlanga, fue el único que pudo estudiar las tablillas de cerca, gracias a la amistad que adquirió con Jorge Loring cuando se interesó por sendos bronces. En noviembre de 1852 se dio cuenta de la verdadera importancia que representaban las tablillas. Sus estudios fueron tan importantes y tan probados que se le llegó a condecorar con la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Católica antes de la publicación de su artículo Estudios sobre los dos bronces encontrados en Málaga publicado en la Revista general de Legislación y Jurisprudencia en 1853. Berlanga, además, envió su artículos a Italia y Alemania, donde había un especial interés por el humanismo y el mundo clásico. Llegando a llamar la atención de notables estudiosos y desarrollándose nuevos artículos acerca de estos bronces en Alemania e Italia. Sin embargo, hubo también quien puso en duda la autenticidad de las tablillas, como fue el francés Edouard Laboulaye tras leer las investigaciones de Berlanga y del germano Mommsen; a lo que Berlanga respondió en 1903, más de medio siglo después de la publicación del galo:

«Un inmortal cispirenaico dio sin embargo en la extravagancia de considerar apócrifos cuantos pasajes encontró en el texto mommseniano, que no se ajustaban al limitado patrón de sus conocimientos y otro su compañero de inmortalidad, queriendo acallar los efluvios de aquella soberbia desbordada, le anunció que inmediatamente salía para Málaga con el único objeto de examinar personalmente ambos monumentos y a su regreso pronunciar ex catedra su fallo supremo urbi et orbe; pero en efecto jamás llegó a pasar la frontera, ni al pisar el suelo de Andalucia».

Pero volviendo con las tablillas, Loring llegó a aceptar que sus tablillas salieran del museo, bien juntas o separadas, para que fueran exhibidas o simplemente estudiadas. Pero finalmente, en 1897, por influencia de Antonio Cánovas del Castillo, vendió su colección de bronces al Museo Arqueológico Nacional por 100.000 pesetas, institución donde han permanecido hasta ahora el texto jurídico; a pesar de que el Museo de la Aduana ha querido que las tablas vuelvan a tierras malagueñas.

Legado de la Lex Flavia Malacitana

En la actualidad, la relevancia del hallazgo no tienen más que valor histórico y como tal ha dado nombre a la Plaza Lex Flavia y al colegio público situado en el mismo lugar. En el salón de plenos del Ayuntamiento de Málaga, nos encontramos también con una reproducción del bronce. Pero el lugar donde pasa más desapercibido es en el centro de interpretación del teatro romano, donde podemos ver todo el texto en el lateral.

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Lateral del Centro de Interpretación del Teatro Romano de Málaga. Fotografía cortesía de malagaenelcorazon.com

Pero lo que más llama la atención es la parte frontal del centro de interpretación, que encabeza este artículo, ya que su acabado pretende simular ser un fragmento ampliado de la tabla, mostrando de esta manera el siguiente epígrafe en latín —con algunas adiciones filológicas para una mejor lectura—, seguida de su traducción:

R(ubrica). Ne quis aedificia, quae restitutu-

rus non erit, destruat [non] erit, destruat.

Ne quis in oppido municipii Flavia Malacita-

ni quaeue eu oppido continentia aedificia

erunt, aedificium detegito destruito demo-

liundumve curato nisi decurionum con-

scriptorumve sentetia, cum maior pars

eorum adfuerit, quod restitu<tu>rus intra proxi-

mum annum non erit. Qui adversus ea fece-

rit [is], quanti e(a) r(es) e(st), t(antam) p(ecuniam) municipibus municipi

Flavi Malacitani d(are) d(amnas) e(sto) eiusque pecuniae

deque ea pecunia municipi eius municipii,

qui volet cuique per h(anc) l(egem) licebit, actio petitio

persecutio esto.

*  *  *

QUE NADIE DESTRUYA EDIFICIOS QUE NO TENGA INTENCIÓN DE REEDIFICAR

Que nadie desteje, destruya ni ordene que se demuela en la ciudad del Municipio Flavio Malacitano edificio alguno, ni los edificios que están cerca de esta ciudad, que no vaya a reconstruir en el término de un año, salvo por sentencia de los decuriones, siempre que se halle presente la mayor parte de ellos.

Quien actuare contra estas normas será condenado a pagar a los munícipes del Municipio Flavio Malacitano una cantidad de dinero equivalente a la cantidad a que ascienda el edificio.

Y el munícipe de este municipio que lo desee, y a quien por esta ley le esté permitido, tendrá la facultad de reclamar tal cantidad, así como la de ejercer la reclamación procesal o ante magistrados y la demanda contra el infractor en torno a la susodicha cantidad.

Traducción de Miguel del Pino Roldán


Webgrafía:

Ganimedes: un rapto a lo largo del arte

Las referencias a Ganimedes en los textos clásicos son muy numerosas, pero, para mostrar rápidamente el mito, vamos a servirnos de Ovidio (son los versos 155-161 del libro X de Metamorfosis, traducción de Ely Leonetti Jungl, aparecida en la versión de Colección Austral, 1963-2004):

“El rey de los dioses se enamoró una vez del frigio Ganimedes, y se descubrió algo que Júpiter prefería ser antes que sí mismo. En efecto, no se dignó en transformarse en otra ave que no fuera la que podía llevar sus rayos [el águila]. Sin demora, batiendo el aire con sus falsas plumas, rapta al ilíada [Ganimedes], que todavía hoy mezcla la bebida y le sirve el néctar a Júpiter, a despecho de Juno”

Sin embargo, Ovidio de poco nos sirve para imaginar una descripción del joven frigio; necesitaremos otras fuentes, escritas y plasmadas.

Ganimedes era un joven, a veces un muchacho, otras, un niño, pero normalmente con atributos más infantiles que juveniles, frigio – es decir, de la misma raza que los troyanos –, y por tanto con rasgos de su región: cuerpo esbelto, rostro hermoso, pelo rizado y claro, normalmente rubio, tocado con un gorro frigio, atuendo característico de los pastores de la zona. A partir del Renacimiento, a esta iconografía se le añade un liviano manto, normalmente rojo. También puede aparecer acompañado por uno o dos perros, otra versión del mito en que los perros, ante la pérdida de su amo, lo lloran, ladran y aúllan por él (véase Eneida, de Virgilio). El otro elemento que acompaña al joven es el dios, Zeus-Júpiter, normalmente metamorfoseado en águila, aunque en algunas representaciones con forma antropomórfica.

En la antigüedad clásica, Ganimedes representaba al erómenos (ἐρώμενος), el joven amado por el erastés (ἐραστής), representado por Zeus, el hombre amante, dentro del ámbito de la relación pederástica homoerótica. Con el cristianismo, el mito tuvo que adaptarse: Ganimedes es la representación del alma que es elevada al Cielo por Dios. Con el tiempo, pasa a convertirse en un tema más universal: la representación del amor platónico (así, por ejemplo, en Miguel Ángel). Con todo, cualquier obra de arte está incompleta hasta pasar por los ojos de cada individuo, que completa la obra con su propia opinión e interpretación.

Dejados claros algunos conceptos básicos sobre el mito y su representación artístico-literaria, pasemos a hacer un breve recorrido por la historia del tratamiento de la escena que hemos leído de la mano de Ovidio.

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Ganimedes, crátera ática en el Museo del Louvre, c. 490 a.C.
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Zeus servido por Ganimedes. Crátera ática de Eucharides Painter, c. 490-80 a.C. (Museo Metropolitano de Arte, Nueva York)

Las primeras representaciones son pinturas en cerámicas griegas. Estas imágenes, a primera vista, parecen no adaptarse a la escena antes explicada del rapto. En efecto, la crátera del Louvre representa el antes, a Ganimedes como un joven jugando con un aro (juego considerado infantil en la Grecia Antigua)  y portando un gallo, regalo del erastés a su amante y, por tanto, un claro símbolo erótico. En la crátera del Metropolitano, la representación es del después: Ganimedes sirve vino a Zeus, fácilmente reconocible por el águila de su bastón. Por lo demás, la representación se ajusta a lo antes dicho: un joven de pelo rizado (oscuro en este caso, aunque claramente se trata de diferenciar el cabello del resto del cuerpo), en un caso largo, en otro corto, de cuerpo esbelto – con toda la esbeltez que pueda mostrar una cerámica, claro – y desnudo: clara imagen del erómenos, del amado.

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Rapto de Ganimedes en Terracota, Museo de Olimpia, 550 a. C.

Más antigua aún es esta representación, de época arcaica, del rapto en sí, que muestra al raptado como un niño en esta ocasión; Zeus sigue siendo esculpido con forma antropomórfica. Aunque los rasgos siguen siendo difíciles de apreciar, el pelo es rizado – en ambas figuras –  y el niño está tocado con el sombrero frigio; Zeus porta el bastón en una mano. Quizá el águila formara parte del conjunto, pero, si así era, se ha perdido.

En mi opinión, las dos primeras imágenes trataban de resaltar, más bien, la figura del erómenos, de Ganimedes, pero en esta tercera es al erastés a quien se pretende dar notoriedad: aunque lleva túnica, el pecho lo tiene descubierto, lo que lleva a mirarle a él antes que al niño. También la diferencia de tamaño entre ambos personajes lo resalta: hace ver la autoridad del maestro sobre el aprendiz, del erastés, que parece que vaya a empezar a andar, sobre el erómenos, que – si se conservara mejor – pareciera que estuviera revolviéndose en el brazo de Zeus.

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Ganímedes y Zeus, copia romana basada en la iconografía helenística (c. 160-170 d.C.; Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid)

Esta copia romana de originales griegos se acerca más al relato de Ovidio y Virgilio: el joven Ganimedes, raptado por el águila y el perro aullando a sus pies. Aparece ya con el manto, aunque no trata de tapar su desnudez (la falta de miembro viril en algunas esculturas de la época es producto de la mutilación vaticana): es una impresión menos erótica, más cerca de la concepción anímica del cristianismo que encontramos en Alciato.

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Andrea Alciato, Emblemata. In deo laetandum: Ganymedes, (1531); ver texto original en http://www.emblems.arts.gla.ac.uk/french/emblem.php?id=FALa032

Alciato hace una reinterpretación de la etimología de la palabra Ganimedes. Para Platón, el nombre estaba en relación con los significados “belleza”, “deseo”, “gozar”, “alegría”; así explica que si Zeus raptó a Ganimedes es porque el joven representaba el deseo por lo Bello – por el concepto platónico de Belleza –. Puede entenderse aún una “belleza” física en Platón. Sin embargo, en Alciato hay que ver ya una “belleza del alma” en el nombre de Ganimedes: de aquí la reinterpretación de Dios raptando al alma “bella” – y, por tanto, cerca del concepto de “beata”, “santa”, “pura de pensamiento” –. Parafraseando las palabras de Alciato, Dios – ya no Zeus – raptó a Ganimedes no porque fuera hermoso, sino porque su alma era pura, cercana a lo divino. En este punto podríamos hacer una larga perorada sobre la transmigración del alma platónico-cristiana: no tenemos espacio, ni tampoco interés, al menos no dentro del ámbito de este artículo.

A partir del Renacimiento, son muchas las representaciones que se hacen sobre el tema, la mayoría muy similares entre ellas, así que insertaremos unas cuantas aquí y comentaremos rápidamente algunas.

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Está claro que el Renacimiento está fuertemente marcado por Miguel Ángel: el tema será prácticamente copiado sobre su grabado. Por poner un ejemplo, la escena de Battista Franco que representa la batalla de Montemurlo – quizá haciendo referencia a la guerra de Troya, también – y, en el centro, un joven raptado por el águila, casi idéntico al de Miguel Ángel. La mayor parte de representaciones, pues, son similares a esta (véase la de Peruzzi y la de Corregio, anteriores a la de Miguel Ángel, pero también la de Rubens o la de Rembrandt, posteriores). Con Miguel Ángel, queda establecido un canon, que es básicamente calcado por muchos y repetido por otros.

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Francesco Albani, Júpiter y Ganimedes

 

Hemos visto a Ganimedes antes del rapto, durante el rapto y también después cuando ya ha sido establecido como copero; Albani nos lo presente justo tras el rapto, según opinión propia: es la escena del momento en que Zeus se despoja del disfraz, que yace en el suelo con vida propia, coge al erómenos de la cara, lo mira y le explica, confiesa su deseo; luego, vendrá la realización de dicho deseo.

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Peter Paul Rubens, Ganimedes (1611-1612; The princerly collection, Linchtestein)

No se debe hablar de Rubens: su pintura sólo debería ser disfrutada, no comentada. Pero, haciendo caso omiso a mi opinión propia, digamos dos cosas breves sobre el cuadro. El rapto, presentado adaptando el canon, es envuelto en dos escenas: la principal: Hebe hace entrega de la copa a Ganimedes, en un trasvase de poderes, un intercambio del rol de copero de los dioses; la secundaria, al fondo, representa a los dioses en banquete.

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Rembrandt van Rijn, El rapto de Ganimedes (1635; Gemäldegalerie, Dresde)

Y Rembrandt es el otro que no debe ser comentado, en mi opinión. Mismo tema, el rapto, pero con inversión de los valores en defensa de lo grotesco: el bello Ganimedes se ha convertido en un bebé llorón, un tanto horrendo; toda la escena es más grotesca, más impresiva, más realista.

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Bertel Thorvaldsen, Ganimedes con el águila de Zeus (1817), Museo Thorvaldsen, Copenhague

Saltamos un par de siglos y nos dejamos mucha producción artística atrás. Y llegamos a esta escultura, nuestra portada. Quizá sea de las más emblemáticas, de las que mejor resumen todo el mito: Ganimedes dando vino al águila, esta acción tan simple, nos hace pensar en el mito por completo, y no en una única escena.

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Gustave Moreau, Ganymede (The bridge to Modern Pinting), (1861, Musee Gustave Moreau)

 

 

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F. Kirchbach, Litografía de 1892

No podía escribir sobre Ganimedes y saltarme dos de mis imágenes favoritas, si bien no tan significativas como otras. Mismo tema, distinto estilo: Moreau consigue plasmar el rapto en un simple borrón impresionista y dar vida en nuestras mentes a la pintura, que se sucederá como un corto cinematográfico en nuestro cerebro.

En cuanto a la litografía de Kirchbach, vuelve a transportarnos a ese mundo más grotesco, más salvaje y real de Rembrandt: la escena, más que erótica, amorosa o simbólica, es, sobre todo, ruda, dura, entristecedora, quizá incluso aterradora: el águila parece tener una mirada voraz, maliciosa, y el joven, con los ojos en blanco, parece ya muerto.

Un efecto similar, más macabro incluso, podemos ver, ya a principios de este siglo, en las ilustraciones de Villalba, donde ya el ave no es un águila, sino un cuervo. En mi humilde opinión de novato en las artes, diría que intenta plasmar la pederastia, ya no la griega, sino la actual, en un intento de concienciación en cuanto a la violación de menores; realmente, se trataría de una renovación total del tema.

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“Siro”, Ganimedes acosado (2001)

Esta otra imagen la he robado de un blog (este); imagino que el nivel de fama del autor es mucho menor. Con todo, nos presenta a un Ganimedes distinto, vestido, joven, pero no tanto, acosado por el águila, como el que es acosado por algún compañero de clase; quiero ver aquí una especie de representación del bullying que, digamos, “se puso tan de moda” a comienzos de siglo.

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Para acabar este repaso por la historia del mito de Ganimedes en el arte, ofrecemos estas fotografías de los franceses Pierre Commoy y Gilles Blanchard, conocidos como Pierre et Gilles, pareja artística que plasma en sus fotografías la belleza masculina a través de imágenes de la historia del arte, la cultura popular, la religión y la cultura gay, incluyendo pornografía. En este caso, el rapto de Ganimedes es el tema de un tríptico fotográfico que interpreto como una representación del amor platónico, de la homosexualidad y de la belleza.

Llegados a este final, hemos tratado como una veintena de imágenes, pero nos hemos dejado muchas obras atrás, así que considero que será mejor acabar con una nota bibliográfica, en la que podáis ver más imágenes del tema.

NOTAS

Sobre el mito de Ganimedes:

  • Grimal, Pierre: Diccionario de Mitología Griega y Romana, Paidós, p. 210

Fuentes para el mito:

Imágenes:

Escrito por Lupus Homini

Este artículo fue publicado originalmente en akrox.com