Protegido: Fantasía Fantasiosa: Capítulo Palito

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La ciudad sumergida

El anciano entró en la posada “Pino” del desierto de Nerthilkor; paraje de descanso de las estación espacial Gosplecún, lugar de vacaciones. Vestía una gabardina anticuada, de los tiempos previos a la guerra de los trijutbols , y unas gafas oscuras como la más profunda de las noches. Se apoyó con elegancia en la barra del bar y pidió un café templado con mucho cacao y algo de azúcar para endulzar su sabor. El tabernero lo sirvió presto. Luego, tras observar con curiosidad a su visitante dijo al anciano:
— Caballero, bien parece usted un hombre de largo recorrido. Le propongo un trato que solo expreso a mis más interesantes clientes.
El anciano elevó la cabeza con cierta desgana, con voz apática y desgastada contestó al posadero:
— ¿Qué me propone, buen hombre? Ciertamente he vivido demasiado y ya sólo deseo un lecho en el que descansar en paz. Hago un continuo RMB.
— ¿Un qué?
— Un Ruego a la Muerte Buena.
— Si me cuenta un relato sobre sus viajes, le dejo el café gratis y la casa le invita a una buena horchata.
— Trato hecho, pues he aquí mi historia:
«Viajaba en la expedición del vuelo 98.265 con seres de las ocho galaxias más importantes de los once universos unificados por el tratado de paz de 11.392 DF (Después del predicador Frexinte quien desterró momentáneamente a los dioses del mundo 921.123). Fuertes tormentas golpearon nuestra embarcación y fui desprendido al vacío de SLAWNFOGI, el planeta tormentoso.
Descendí solitario a las profundidades de “Abismo Umbrío”, el acantilado vuelto océano por las continuas lluvias de hace 24 siglos y cuatro años. El imperio sumergido sobre las oscuras dos mil catorce nubes de borrasca que, un trágico día, arruinaron a la civilización antigua de los Jeckasç, antropomorfos reptiles con cabeza de lubina cuya dieta consistía en filtrar la polución que acontecía en su atmósfera.
Sentí el tacto, gélido y húmedo, del agua empapando mi prenda segundos previos a activar su función submarina. Encendí los propulsores de mi indumentaria y descendí por los ignotos mundos de la penumbra más pura. Asustado, conecté la linterna y borrosas sombras de antiguas civilizaciones se mostraron ante mis ojos.
Amplias columnas en mármol tallado yacían fragmentadas sobre las yertas aguas del océano, casas de tonos pálidos, como las frías calaveras de los muertos, se descubrían semi-engullidas por la embarrada arena que las apresaba con la fiereza propia de una boa constrictor. Una luz en lo que parecía ser un templo llamó mi atención. Derribé la puerta y entré en su interior, entonces un haz lumínico cegó mi vista momentáneamente».
El anciano empalideció, un sudor frío recorrió la fina y enjuta espalda que a duras penas sostenía su ropa: roída , desgastada y arcaica. Su palma comenzó a moverse en trémulos espasmos que derramaron la copa que, con soberano esfuerzo, sostenía con los arqueados dedos de su siniestra mano. Se enjugó presto el sudor en una servilleta y continuó el relato.
— Perdón —dijo con cierta debilidad en la voz—, hay momentos que las fuerzas me fallan… estoy hecho un desastre.
El vejestorio sonrió de forma forzada al camarero a modo de disculpa, suspiró y con voz miedosa prosiguió:
«A los cinco minutos recuperé la vista, un dragón se metarmofoseaba en humana mediante una danza, ígnea y hermosa. Llamas verdes, ardientes aún bajo el océano, se agitaban sinuosas sobre su cuerpo vestido en toga, celeste e inmaculada prenda visiblemente seca. Tal era su belleza que causaba pánico de quedar hipnotizado por su silueta. Su cuerpo era delgado y esbelto, como el tallo de la amapola brava que resiste a cualquier tormenta. Una cabellera de tonos castaños, recortada una cuarta previa antes de llegar a los hombros, se agitaba grácil entre las aguas más gélidas que haya podido explorar nunca. Ella miró a su entorno y la catedral respondió en bramido. El agua hirvió burbujeante en estrepitoso crepitar, las rocas se golpearon entre ellas en feroces chasquidos y al octavo golpe, ella miró a mis ojos».
El anciano comenzó a toser sangre, su cuerpo tiritaba del más puro pavor. El posadero le tomó por el hombro y preguntó preocupado por su salud.
—No, estoy bien —dijo intentando simular buena salud exagerando el tono, varonil y grave, de su voz anciana—. Déjame terminar de relatar mi viaje.
El posadero asintió entonces el anciano continuó su relato.
«Ella miró mis ojos y yo vi los suyos. Sus iris eran la locura personificada en humanidad, la eternidad terrestre confinada en sus ojos. Dos perlas marrones y verdes, como la tierra más pura que habita la pradera limpia y la hierba fresca bañada por el rocío de la mañana, me miraron mudos e impasibles. Mis ojos parpadearon estupefactos ante su beldad, sólo imaginable en los sueños febriles de los poetas locos. Ciertamente estaba ante una criatura que jamás habría creído posible. Nos miramos mudos, atentos y quedos en las cálidas aguas que bajo su dominio moran. La aprecié hasta grabarla en mi retina, hasta que el silencio se volvió insoportable; fui a pronunciar palabra pero caí desmayado ante sus pies, suaves y perfectos…»
Lágrimas de sangre corrieron de sus ojos, el vejestorio se limpió tímido con una servilleta y continuó la historia.
— Desperté tres semanas más tarde en la camilla de un hospital, supuestamente me había golpeado la cabeza en el descenso de la expedición y había permanecido en coma todo el rato…
— ¿Entonces todo fue un sueño? —preguntó el posadero intrigado.
El anciano alzó la mirada, sus gafas cayeron dejando ver las profundas y oscuras oquedades que tenía por ojos, cuencas llenas de sombra ausentes de todo glóbulo o pupila.
—No creo, nunca he sentido una imagen tan real como aquella… dios… era tan real que toda visión posterior se me ha presentado sin sustancia, vacía, hueca… sin sentido. Sea la nada, ahora, la senda por la que mi vista camina.

Relatos de ayer y hoy: ‘El camino de los obscuros’

Se dice que existe un lugar de oscuros horizontes y negros abismos, donde la vista no alcanza a ver nada más que recuerdos e ilusiones, donde cada minuto parece una eternidad y cada pensamiento un vacío sentimiento de soledad. Son muchos los que paran aquí, aunque apenas puede dar tiempo a mirar sus caras antes de que la oscuridad haga presa de ellos, pues es la tarea del guardián conducirlos más allá de ese sombrío lugar. No tenía nombre y falta no le hacía, y no es que fuese el único ser de por allí, ya que junto a él vivían unas misteriosas criaturas con forma humana llamadas obscuros. Estos seres, de incierta procedencia, debían ayudar al guardián únicamente si viniese alguien perdido pero fuerte ante la influencia del guardián. Tiempo ha, no se sabe cuánto, se dijo que aquellos que no sucumben a las tinieblas sufren un destino aún peor. Como no podía ser de otro modo, una vez un muchacho despierto, ni niño ni anciano, fue encontrado por el guardián, quien nada más verlo y contemplar su rostro, le preguntó cuánto tiempo llevaba caminando en ese oscuro páramo, a lo que el muchacho, asombrado por la imponente figura del guardián, de gran resplandor y de tenue cuerpo, sólo pudo responder que no sabría qué responder a eso, pues apenas sabía con exactitud si mucho o poco tiempo. El guardián quiso llevar al muchacho hasta la oscuridad, pero éste se resistía sin saberlo, sin hacer nada. Su influencia no era suficiente para este caminante, que tuvo la valiente osadía de preguntar cuál era su nombre, mas éste le contestó que no existe ningún nombre para alguien que no lo necesita, pues nadie había requerido nunca referirse a él. No obstante, el muchacho, que quiso darle su nombre inocentemente, dijo que su nombre era Alexander y que se sentía perdido y lleno de preguntas.

Después de unos momentos de silencio, el guardián tuvo que recurrir a algo que jamás creyó que iba a necesitar. Señaló con el dedo a la nada de ese mundo y le dijo a Alexander que caminase en la dirección donde señalaba su dedo índice, todo recto, hasta encontrarse con los obscuros. El guardián afirmó que estos lo ayudarían, pues uno a uno el muchacho tendría que hablar con ellos y atender a sus historias hasta que alguno de estos misteriosos seres resolviese sus dudas para así, finalmente, poder sucumbir a la oscuridad. Por un instante Alexander dudó, pero quiso confiar en el guardián, al que veía como alguien amable y sincero, así que marchó hacia la negrura, sin saber cuánto tendría que caminar o hasta dónde llegaría. Mientras, el guardián se mantuvo en el mismo lugar, esperando, no sin reflexionar acerca de lo ocurrido, sintiendo algo extraño dentro de él, algo que no había sentido nunca durante su existencia.

Lo que para unos podría ser una eternidad, para los vivientes de aquel lugar oscuro no era más que un instante, y eso mismo fue lo que tardó Alexander en encontrarse con el primer obscuro. Su apariencia no era diferente a la de un hombre, a excepción de la niebla que rodeaba su cuerpo. Lo primero que hizo el obscuro fue preguntar a Alexander, de forma alarmada, quién era y qué hacía ahí, más éste se quedó sorprendido, respondió con su nombre y le contó su conversación con el guardián. Fue entonces cuando el obscuro avisó de lo que estaba por suceder, un viaje a través de una serie de historias que darían con la clave para hacer que cualquier persona, sea la que sea, pudiera encontrar su camino respondiendo a las dudas encerradas en lo más profundo de uno mismo, y así es cómo este extraño ser contó la primera historia.

Un día un joven de modesta cuna preguntó a un orador de la plaza del pueblo por qué se codeaba tanto con los hombres más sabios y poderosos, prefiriendo su compañía antes que la de los más humildes. El orador se sintió cuestionado, mas no cabía ninguna duda de que algo de razón había en la pregunta del joven, a lo que este respondió, no sin darle antes la razón, que aun estando más al lado de los poderosos eso no significaba que ansiara el poder, pues bien es sabido que el hombre que visita a los enfermos no ama las enfermedades.

Con una mano en la cabeza y los ojos mirando a la nada, Alexander reflexionó sin llegar a una conclusión clara. Y no es que no hubiese sabiduría en la historia, pero algo le faltaba para conseguir resolver los rompecabezas de su vida. Acto seguido apareció el segundo obscuro, algo más cordial que el primero, contempló al muchacho y comenzó a narrar su historia.

Hubo una vez un sabio mucho más sabio que el resto de sabios, y tan sabido era esto en la ciudad donde vivía que era conocido como el maestro para todos los vecinos. Pero una vez el hombre sabio se dejó llevar por aquella parte de su alma que se inquieta ante la fama y la riqueza, dejando de lado su voluntad y, mucho más importante, la razón, hasta el punto de querer hacerse más rico de lo que realmente era, pero fue su propia sabiduría la que le traicionó, convirtiéndose en un efímero recuerdo hasta ser olvidado para siempre.

Alexander encontró semejanzas con la anterior historia, y nuevamente vio sabiduría en ella, pero tampoco halló la solución a sus dudas. Y ya estaba pasando por su cabeza la triste idea de que ese sombrío páramo sería su última parada. Llegó el tercer obscuro, éste con mejores ánimos que los anteriores, y contó también su historia.

La mujer de esta narración estuvo en desdicha toda su vida, pues no encontraba sentido a nada de lo que hacía. Y el tiempo marchaba, rápido y en cruel silencio, llevándose todo a su paso. Pero un día, la mujer se dio cuenta de algo muy valioso, y desde entonces jamás volvió a encontrarse perdida. Comprendió lo que era ella y lo que no era ella, lo que había sido y lo que no había sido a lo largo de su vida, y de la afirmación y la negación de su propia existencia sacó una conclusión mucho más poderosa, pues siendo un ser finito en el tiempo, algo pasajero, se puede entender lo que uno realmente es al final de su vida.

Por un momento, el muchacho se miró a sí mismo, consciente de las palabras del obscuro, entendiendo así, o al menos sacando en claro, que todos somos producto de lo que somos y no somos, y en esa unión nace lo esencial de nosotros mismos. Pero aún así, nada de esto resolvió sus preguntas, por lo que se despidió del obscuro, a la espera de que llegara el siguiente, no sin una constante preocupación al ver que ninguna de estas historias le estaba ayudando realmente. Se presentó otro obscuro, pero éste contó una historia que más bien era un consejo que, a su modo de ver, cualquier ser de nobleza debía seguir.

Se dice que un hombre de madura edad andaba siempre por las calles de su pueblo ayudando siempre a sus vecinos con buenas obras, siempre con disposición a echar una mano cuando hiciera falta. Pero pobre de él, que toda esa ayuda era por un disfrute personal y no por el mero deber o responsabilidad que nace en cualquiera de nosotros, pues este hombre vivía feliz recibiendo los obsequios y los halagos de la gente, y por ello detrás de sus acciones siempre hubo una inclinación y no un verdadero sentimiento de hacer las cosas por deber.

Alexander no entendió nada de aquella historia, no veía mal alguno en la vida de ese hombre, pues qué importaba el motivo, qué importa el interés, si al fin y al cabo hacía un bien para los demás dejando su vida al servicio de aquellos que lo necesitaban. Qué más daba el aplauso, qué más daba un buen gesto, no había nada malo en sentirse admirado. No sacó nada en claro Alexander, que además se sintió contrariado por la historia del obscuro. Apareció otro, mucho más delgado y serio que el anterior, de poca confianza por su forma de gesticular su cuerpo, y con él su historia.

En tiempos de guerra, un oficial comandaba un ejército contra una poderosa y antigua dinastía de guerreros. Estos ponían en peligro la vida de las familias de muchas personas, incluyendo las familias del oficial y los suyos. Pero un día, los guerreros más poderosos de aquella dinastía se atrincheraron en una muralla, a lo que el oficial, recordando sus numerosas derrotas en los días anteriores y contemplando la cercana muerte de sus seres queridos, hizo que su ejército se adentrara en la muralla y luchase dentro mientras otros cinco soldados rompieran los cimientos de la muralla y cayese con todos dentro. Tal fue el desastre ocasionado por el derrumbe que incluso perecieron bajo las rocas aquellos cinco soldados, quedando únicamente con vida el oficial, el hombre que había logrado traer la paz a los suyos.

Alexander reflexionó, y encontró algo de verdad en esa trágica historia, pero no resolvió todas sus dudas. Tampoco entendió del todo la decisión del oficial, pues aun logrando la paz de su pueblo no estaba muy seguro de que hubiese alcanzado una pizca de felicidad con ese sacrificio. Fue entonces, después de mucho cavilar,  cuando no tardó en aparecer el último obscuro, éste lleno de arrogancia, mucho menos afable que los anteriores y sin ánimos de contar una historia como tal. Sin ningún rodeo, el obscuro no hizo más que soltar algo más parecido a un sermón que a una narración.

Ninguno de mis hermanos ha logrado ayudarte a sucumbir en la oscuridad, y eso es porque ninguno de ellos te ha aportado nada. No se pueden encontrar respuestas a través de la bondad, la piedad o el amor por los demás. Hubo una vez un hombre que se mostró libre y se alejó del rebaño, fue un hombre de virtud, aquel que se enorgullecía de sí mismo y dejaba de lado esos valores, más propios de los esclavos y los necios, personas que convierten su vida en un absurdo. Este hombre consiguió tener una vida llena de placeres, y así deben vivir aquellos que son más poderosos que los demás.

Al escuchar la última palabra del obscuro, Alexander se despidió, bastante confundido y sin haber logrado sucumbir a la oscuridad. Volvió caminando al lugar donde se encontraba el guardián, y allí estaba tal y como lo había dejado. Ambos se miraron, pero fue el guardián el más sorprendido de ambos, pues no sabía qué hacer en ese momento al ser la primera vez que alguien mostraba esa resistencia. Pero Alexander no había vuelto de la misma forma, no era el mismo que llegó al tenebroso y oscuro lugar donde estaba. Sin duda algo había cambiado en él, mientras que el guardián seguía sintiendo algo en su interior, pero no sabía el qué. Entonces, Alexander quiso explicarle algo al guardián: le dijo que desde el primer momento había estado dispuesto a escuchar las historias y dejarse llevar por los demás, pues bien era deseado que se despejasen todas las dudas de su cabeza, pero lo cierto es que nadie, refiriéndose sobre todo al guardián, le había preguntado qué dudas tenía o por qué estaba perdido. Los obscuros contaban historias cargadas de anécdotas y sabiduría, pero a quién ayudaban realmente si no era a ellos mismos. El conocimiento se comparte, pero nadie puede ayudarnos a entendernos tal y como podemos hacer nosotros mismos. Y esos obscuros tenían la mente cerrada a otras ideas que no fuesen las suyas propias, algunos incluso despreciando a los otros.

Ciertamente, Alexander tenía muchas dudas, pero no le atormentaban. Él únicamente se preguntaba si sería recordado como alguien querido, si al hablar de él la gente sacaría una sonrisa, si fue alguien bueno para sí mismo y para el resto. Nunca se cuestionó su realidad ni su mundo, y aunque su vida nunca fue sencilla, a veces llena de contradicciones y sentimientos encontrados, quiso luchar por algo tan simple como el buen recuerdo de aquellas personas que quería. En ese preciso momento, el guardián se acercó a él y lo miró fijamente al rostro, contemplando sus ojos, hasta que logró verse a sí mismo, ya que tiempo ha, tampoco se sabe cuánto, él fue un caminante del oscuro páramo igual que Alexander antes de ser el guardián cuya existencia no recordaba nada de su anterior vida. Y prefirió vivir como guardián con esas mismas preguntas, aunque las terminase olvidando, antes de sucumbir a la oscuridad y bañarse en ese horizonte de recuerdos. Finalmente, y después de recordar, el guardián quiso agradecer a Alexander haberse quedado tanto tiempo entre las sombras y acompañarle en ese lugar, y tanto caviló en sus recuerdos, que incluso pudo decirle cómo se llamaba. William era su nombre, y así ellos dos estarían esperando al siguiente caminante, aquellos que se resisten a perecer y seguir resplandeciendo aunque estén rodeados de oscuridad.

Este artículo fue publicado originalmente en akrox.com

Nuestro Be(r)so

Sé de sobra que beso es con «B» y verso con «V»,
pero igual de bien se funden unos labios o unas letMiretyras.
Quiero expresar en estas líneas todo lo que tuve,
y decirte al oído lo que siento cuando me besas.

Sonríe una vez más, que preciso de tu medicina.
No te escondas, ven aquí… Te necesito.
Tu mirada desde lejos, me domina,
y con cada caricia yo siento que levito.

Maldita distancia que se coló entre nosotros,
y nos hizo mirar al cielo en noches plateadas.
Maldito viento que se lleva los recuerdos,
provocando tempestades a nuestras espaldas.

Yo te siento aquí conmigo, amor;
a cada hora del día.
Pero no es lo mismo sin tu calor;
Te extraño mucho, vida mía.

Mireya Moreno

Este artículo fue publicado originalmente en Akrox.com

El poeta consumido

Te dejo versos de poeta consumido;
contemporáneo, pero no tu coetáneo.
Disculpa si tardo en contarte lo que creo;
confieso que me siento cohibido.

Te dejo letras sin ningún sentido;
desordenadas, como en mi cabeza.
Lamento si ni trato de hablar con sutileza;
sé que esto caerá pronto en el olvido.

Te dejo lágrimas de chico malherido;
que no es santo, pero tampoco pecador.
Perdona si te parezco un perdedor;
admito que realmente no estoy hundido.

Te dejo mil mentiras de todo un mentiroso;
predicador, pero que no sigue consejo.
Lo siento si escribo esto a mi antojo;
sinceramente, doy vueltas en un círculo vicioso.

Esta creación fue publicada originalmente en Akrox.com

La espina y la tormenta

Cuando mis versos quedan atrapados
en el callejón sin salida de la comprensión,
ten presente
que no son tus versos,
que no fueron escritos para ti.

Que la poesía es humana
y teme la muerte
de quien mejor la comprende:
su poeta, yo.

A quien arrojaron
a la vida, al laberinto
de los senderos perdidos
en el horizonte.

Y yo, no pude evitar
las zarzas por camino,
mis desnudos pies
rompen las huellas en la senda
y con ellas se abandona
el dolor de recuerdos inundados.
Cada espina que piso
es la venda de una nueva herida,
otra cicatriz engendrada.

Las moribundas flores dudan
si evaporarse en perfume francés
o en la muerte que me persigue,
la que me alcanzó
para decirme al oído
con un susurro:
«Vive,
no puedes morir toda una vida.»
La que no me llevó consigo,
salvo ese ápice de alma
que me envenenaba.

Ahora sé
que no puedo vestir el miedo
ni el reflejo de otros
con una máscara de espejos rotos.
Ahora sé
que con aquellas tormentas,
las que inundaron mi pasado,
aprendí a llorar en verso.

Y ahora que
se ha llevado mi pena,
podría no haber un verso más.

Pero a la muerte,
al verla de cerca,
por la vida,
le lloro de alegría.

Autor: @jamoreno
Edición: @mefp

Roto

Roto como el frasco que previo probó el vacío
suspendido en el aire antes de tocar el suelo.
Roto, como las finas telas de tu vestido.
O la vergüenza de nuestros embriagados labios. 

Roto, como la piel rasgada por el mordisco
o los estereotipos que tanto nos coartan.
Roto, como los fragmentos del arrugado folio
llorosos en la tinta triste escrita entre lágrimas.

Autor e imagen: @rafalasheras
Edición: @jamoreno

Serenidad

La más sencilla melodía deja escapar las emociones entre las cuerdas de una guitarra. Notas que vienen y van, como la brisa de aquella tarde de septiembre, junto a la orilla del mar. Aquí no hay pentagrama que valga, ni público que se resista.

Dejaste un “te quiero” colgado en mi ventana, y allí se murió esperando… No se me había cerrado aún la puerta, para que se abriera la ventana y poder así corresponderte. Siempre quise tenerte a mi lado, y fue una pena perderte por no haberlo nunca intentado.

El destino es enemigo de los hombres y a veces, por mucho que siembras, nada recoges. La tierra se vuelve baldía a tu alrededor… Todo está seco. Todo está muerto… Y a pesar de eso tú sigues respirando.

Un día voy a gritarle al olvido, lo mucho que me acuerdo de él. Brindaré con la soledad, por tantos años de amistad. Cantaré con la tristeza, nuestros males compartidos…

Y después de eso no quedará nada…

Pero la vida me ha enseñado a apreciar el silencio, en un mundo lleno de ruido.

Autor: @mireyamoreno
Edición: 
@jamoreno