El pasado sábado 14 de abril, en el marco de actividades del Festival de cine de Málaga, a las 16.00 de la tarde en el Palacio de Ferias y Congresos, Guillermo del Toro presentaba su masterclass. Para poder asistir era necesario recoger en la Plaza de la Merced la entrada. En realidad, el único requisito fue esperar bajo la lluvia la larga cola que doblaba la plaza. De haber desistido o pospuesto la recogida, habrías perdido tu entrada pues se agotaron en media hora. Habíamos llegado allí bajo el reclamo de «Guillermo del Toro» y «masterclass». Solo con estas premisas, en el fondo, íbamos ya preparados para recibir una exposición de conocimientos técnicos sobre el cine —que los estudiantes de cualquier rama de audiovisuales hubieran agradecido mucho— pero que el espectador medio amante del cine —como yo— no hubiera entendido muy bien. Incluso si ese hubiera sido el caso, todos estábamos dispuestos a soportar el tedio a cambio de ver de cerca a un creador de mundos.
Guillermo del Toro ocupaba su asiento ante un público numeroso rodeado a un lado por Juan Antonio Vigar, director del Festival y Antonio Trashorras, guionista que conoce de cerca el trabajo del director mexicano —participó en el guion de El espinazo del diablo— y que recientemente ha publicado una recopilación de entrevistas y vivencias en Del Toro por Del Toro.
Ante un público tan heterogéneo, se nos advirtió de que no se realizaría una sección de ruegos y preguntas, pero se nos prometió quedar satisfechos después de todas las preguntas que le realizaría Trashorras, y así fue.
Mi intención en las siguientes líneas es la de compartir con vosotros, de la manera más fidedigna y exacta posible, las ideas que el director mexicano expuso, respetando su registro coloquial y afable que consiguió ganarse totalmente la atención de un público, que absorto tras una hora y media sentado, pedía más —los que necesitaron una pausa para ir al baño, contra todo pronóstico, volvieron—.
Desmitificando al director
Uno de los ejes principales de la entrevista fue la de desmitificar la figura del director de cine. Es una idea muy extendida la de que el director es un ser brillante y talentoso que cosecha éxitos. Nada más lejos de la realidad para Del Toro. Aunque se ponga el foco en sus éxitos no olvida sus precarios orígenes, que incluyen la venta de su coche para poder terminar su primera película Cronos. En ella aparece una máquina con unos engranajes muy específicos del siglo XIX que rescató para el rodaje antes de entregar su coche. Mientras volvía conduciendo con la gasolina justa —«iba a entregar mi coche, no lo iba a dar con gasolina»— se saltó un «alto» delante de un policía. Sin pensarlo, se fugó como «una rata» y escapó en una persecución muy a la mexicana: «un policía corriendo a pie detrás de un gordo cabrón». Su carrera comienza con éxitos y con fracasos.
Tampoco todos los proyectos —con el esfuerzo y el tiempo que suponen— salen adelante. Aproximadamente quince guiones no fueron llevados a la pantalla. Nadie relata los cinco años de transición entre Cronos y Mimic en el que él mismo se recuerda como un «soplapollas desesperado» escribiendo guiones que quedarían en nada. Sin embargo, la conclusión es alentadora: «Como dice un dicho zen en el obstáculo está el camino. Si temes lo ridículo jamás conocerás lo sublime».
Guillermo del Toro reivindica el inconformismo y a los directores indomables, que luchan por sus ideas dentro de unos límites de tiempo y presupuesto que valga la redundancia, más que limitar, estructuran. Contar con una cantidad ilimitada de tiempo o de dinero en el cine sería un auténtico desastre, pero en el otro extremo, ser un «director domesticado» es comparable a la soledad y a la triste existencia de Copito de Nieve enjaulado:
Me encanta George Miller mucho porque es indomesticable, cuando estábamos haciendo «Pacific Rim» estaba George Miller rodando «Mad Max», ¿cómo se llama en España? —«Furia en la carretera»— (risas) estaba rodando en Namibia, yo estaba trabajando con una productora, y la mandaron como al Congo Belga en el Corazón de la Oscuridad de Joseph Conrad a domesticar a George Miller, y luego mandaron a otro y a otro y a otro, y George Miller como el Coronel no le importó nada, y seguía adelante con la película. Luego lo vi en un festival y le digo «¿qué pasó?» y dice «No, nada…si te pones terco y sigues, al final todo el mundo se acuerda de que te apoyó» (el auditorio estalla en aplausos).
Sobre adjetivación y verbo en el cine: «proteína visual, no golosina visual»
«Nada en mi opinión en la elección formal de narrar una historia, es gratuito. No es golosina visual, es proteína visual», sentenció. Además de poseer un gran sentido del humor —«el nombre de este filtro no lo puedo decir en España…se llama paja… usamos los filtros chocolate, paja y tabaco, suena a domingo»—, pudimos constatar su conocimiento casi enciclopédico, no solo de cine, sino también de la pintura y de la literatura: «igual que la adjetivación y el verbo en la literatura tienen que ser precisos, como decía Mark Twain: «la diferencia entre la palabra adecuada y la casi adecuada la diferencia entre el relámpago y la luciérnaga»; lo mismo sucede en cine».
Como citaba Trashorras, para Del Toro un buen director de cine necesitaba ser experto en un área pero conocer un poco de todas. Guillermo Del Toro nos animó a desmenuzar las escenas de nuestras películas favoritas, ya que todo espectador comprende perfectamente los mensajes de la gran pantalla y puede decodificarlos atendiendo al plano, la velocidad, la luz, la música, etc. La clave está en analizar cómo se transmite la sensación que se quiere provocar en el espectador, empezando por ejemplo, por las decisiones de vestuario:
Aunque no las puedas articular las entiendes. Cuando nos comunicamos, el 90 por ciento de lo que entendemos es comunicación no verbal, cuando uno decide vestirse por la mañana, lo pienses o no, estás mandado un mensaje de quién eres… cómo te queda la camisa, si la chaqueta es nuevecita o no, los zapatos son como de enfermero, nos comunicamos: el personaje también. La misma camisa de lino blanca en diferentes personajes, cómo les quede, está contando cosas diferentes.
En cuanto a la gestación de sus guiones, en el que dota a sus personajes de una biografía y personalidad detallada, como citaba anteriormente, para el director mexicano nada es gratuito en la elección formal de la narración de una historia:
Piensas en las líneas generales, pero luego lo que hago yo es escribir una biografía de ocho páginas donde defino: signo zodiacal, año de nacimiento, que le gusta comer, que no le gusta comer, que han leído, que no han leído, que música escuchan, un secreto que nadie sabe, cómo se perciben a sí mismos, cómo los perciben los demás. Y la historia desde el nacimiento hasta el momento en el que la película empieza; se la doy a los actores y luego se la doy al vestuarista y al diseñador de producción, y digo: ahora, ¿cómo vamos a probar esto en la película?
A continuación transcribo una de las explicaciones de una escena de La forma del agua en la que el director sintetiza todas las ideas sobre adjetivación en el cine:
La escena del baño Eva: va a quitarse la ropa y a entrar en la tina […] la manera de rodarla —nada más un par de planos, no una secuencia larga— en una película donde el tiempo era muy apretado le dedicamos más tiempo básicamente que a ninguna otra escena porque yo sabía que ella tenía que estar en silueta por detrás, pero no debería ser una imagen bella o con un manierismo, debería ser muy naturalista, cuando vas hacia al frente que ella está tomando la decisión, yo sabía que tenía que tener un poco de luz en la cara, pero si había mucha luz, te ibas a reír, porque ibas a ver la decisión clara y tampoco podía estar a oscuras, el graduar eso es adjetivar con la cámara y el sonido el momento, por ejemplo David Lynch adjetiva hermosamente momentos tensos con una frecuencia baja a la que respondemos normalmente, los mamíferos, con miedo. Es adjetivar, es decir: ahí hay peligro. Adjetivo con el Capitán del «Laberinto del fauno», cuando estamos enseñándolo cada vez que el capitán se mueve, teníamos un cuero que estirábamos para que se oyera un crujido de cuero, con los guantes, las botas y él que está completamente tenso. La ropa de Michael Shannon en «La forma del agua», él se encabronó porque le probamos los trajes 30 veces, pero yo quería que se vistiera como el héroe de la película de los 50, que le quedara apretadísimo, porque ese es el personaje. Entonces nosotros no podemos escribir en un guión nada que no podamos probar en adjetivos de luz, color, posición y diseño de audio. No hay un adjetivo que exista en la página que no sea comprobable visualmente. Por eso, en cine hay ciertas cosas imposibles de traducir a autores como Brandbury o Lovecraft porque la ambigüedad de la palabra… puedes crear ambigüedad, pero en la decisión no hay ambigüedad.
La muerte del amor romántico. «Te tienen que querer comiéndote al gato»
La forma del agua es una hermosísima historia de amor sin precedentes. Podemos buscar sus fuentes, pero lo cierto es que es una historia rara. Uno de los mensajes que esconde es el de querer a alguien con sus virtudes, pero sobre todo con sus defectos. Para Del Toro era obligatorio que la escena sexual entre el semidios anfibio y la protagonista fuese después de que la criatura se comiera a uno de los gatos. Para él, el amor está en la aceptación, cuanto antes conozcas los defectos y la parte oscura de tu amante, mejor: «el defecto es una virtud mal mirada, al fin y al cabo tu voz es lo único que puedes entregar al mundo». Un cantante con una voz perfecta, en sus palabras, resulta aburridísimo; mientras que una voz rara, atrae. ¿Qué importa que no le guste a todos?
Sucede como en un cuento en el que tres hermanos pretendían el amor de una princesa. «El primero hace una demostración de fuerza y le cortan la cabeza, el segundo hace una demostración de matemáticas y le cortan la cabeza» y el tercero, que se entretuvo recogiendo cosas inútiles como pajarillos muertos, botones, etc. «le muestra un abejaruco y la princesa dice: ¿qué es eso?… Creo que el director es esto, alguien que recoge cosas inútiles, sin sentido, para poder contar una historia. Porque lo que hacemos es mentir con detalle».
Finalmente, está la humanidad de sus villanos. Hablando de ellos, Del Toro, nos habla de la muerte. Los últimos tres minutos antes de morir, la gente se enfrenta a las decisiones que ha tomado en su vida. Estas te hacen morir con absoluta paz o con una mueca de terror. Para conseguir esa paz, nada mejor que amar lo que haces. Última y valiosa lección. Y con esto, se despide, habiéndonos dado una masterclass más que de cine, de vida.
Escrito por Delia María García
Imágenes: Festival de Cine de Málaga