¡Los príncipes azules no existen!

Lo peor de todo es que hay quien no quiere creer que la vida es una mierda y vive en su mundo de hadas, aunque creo que hay extremos mucho peores.

Icónico Prometeo: titán, demiurgo, mártir y receptáculo de esencias

Prometeo encadenado. Escuela de Arte Mateo Inurria. Córdoba (España)

Mitología, lejana nos eres. Sin embargo, episodio tras episodio, nos dejas entrever parte de la cultura que te vio nacer y que tanto nos legó. Siguiendo la estela de mi articulo “Mirada hacia la mitología: origen del ser humano desde la figura de Prometeo”, originalmente publicado en Ákrox, donde expongo quizás el relato más común de esta figura; desarrollaré un análisis más profuso, apoyándome en mitógrafos de distintas escuelas, con distintos pareceres; en estudios de Historia de las Religiones; y, en la imagen a lo largo de la historia occidental de este titán, tan icónico e instrumentalizado.

Prometeo, a continuación veremos el por qué, ha sido tradicionalmente representado a través de cuatro variantes iconográficas arquetípicas: modelando o dando vida al hombre, en solitario o con Atenea; portando el fuego; encadenado y torturado; y, finalmente, Prometeo liberado por Hércules. Sus atributos, que le hacen fácilmente reconocible en estas representaciones, han sido el águila roja de Zeus, hija de Equidna y Tifón; una corona de laurel; su anillo, como recordatorio del martirio; y, la luz o el fuego, elementos que han provocado que sea comparado con Jesús y Lucifer en la tradición cristiana; con Loki en la nórdica; y, con Angui y Mataridvan en la hindú.

Un gran número de mitógrafos nos sugieren que Prometeo debió ser hijo del titán Japeto y la oceánide Asia. Sin embargo, fuentes tan necesarias para el estudio de su figura como las obras de Hesíodo o Esquilo, difieren. Hesíodo sostuvo que la madre de Prometeo debió ser Clímene, mientras Esquilo propone dos personajes tan dispares como Temis, en relación a la capacidad adivinatoria y profética que revela el titán; y, Gea, quizás haciéndose eco de un pasaje casi apócrifo que cita Grimal, donde Eurimedonte viola a Gea de niña, naciendo Prometeo de este encuentro.

En cualquiera de los casos, Prometeo pertenece a una generación pre-olímpica, viviendo y sufriendo la guerra que llevará al cambio generacional.

Durante la Titanomaquia, dos de los hermanos de Prometeo, Atlas y Menecio, fueron condenados por Zeus al luchar por Crono. Menecio fue directamente fulminado, mientras, Atlas fue condenado a sostener la bóveda celeste.

La versión más popular sostiene que Prometeo, cuyo nombre significa «el que todo lo ve» o «el que todo lo sabe», ante la disyuntiva de elegir bando, alertaría a su hermano Epimeteo para que se aliara con los Olímpicos, ya que la victoria sería de ellos. Sin embargo, una versión más antigua del relato escrita por Hesíodo (s. VIII a. C), sostiene que Prometeo luchó del lado de Crono, siendo perdonado por Zeus. Este hecho agravaría su traición al elegir al hombre por encima de la divinidad.

Las referencias a la capacidad profética de Prometeo no son pocas. Esquilo, en sus tragedias repletas de matices psicológicos, aludirá incluso a episodios nunca antes desarrollados para ejemplificar esta faceta de la figura del titán. Hesíodo, por su parte, se dirigirá a él como:

 «(el) conocedor de los designios sobre todas las cosas».

Carlo Cesio (s. XVII) Minerva enseñando a Prometeo a dar vida a la estatua, Farnese Gallery Panels
Carlo Cesio (s. XVII) Minerva enseñando a Prometeo a dar vida a la estatua, Farnese Gallery

La mitología, a diferencia de otras tradiciones religiosas, no posee un relato único o canónigo, lo que precipitó la coexistencia de distintas tradiciones que buscaban, entre otros fines, legitimar por medio de la construcción mítica a pueblos o miembros de la comunidad, ligándolos con el panteón olímpico. Un claro ejemplo de ello es la ciudad de Códriga, que decía haber sido fundada por Prometeo.

En relación al origen del hombre y, a la injerencia divina en el proceso, hallamos decenas de episodios de los que destacaré cuatro, caracterizándose todos ellos por su origen tardío. Ello puede estar ligado al desarrollo intelectual y/o filosófico y, a las influencias orientales a través del comercio. Ello queda patente en las semejanza de algunos de los mitos que citaremos con sus homónimos próximo-orientales, véase el mito de creación del hombre de Ea o Enki en la tradición asirio-babilónica —contenido en el poema de Gilgamés—.

  • Eaco: hijo de Zeus y la ninfa Egina, era el único habitante de una isla. Ante su soledad, le pediría a su padre que convirtiese a todas las hormigas del lugar en seres humanos. Parafraseando a Ruiz de Elvira, célebre historiador de las religiones español, este debió ser un relato autóctono de los Mirmidones de Egina, isla situada en el golfo Sarónico.
  • Teogonía órfica: este relato postula que el hombre debió ser descendiente de los titanes. A través de las cenizas de los titanes caídos durante la batalla, nacería esta raza mortal que poseería la esencia malvada de los primeros, desembocando andando en el tiempo en un fin tan tráfico como el diluvio —precipitado, siguiendo a Ovidio, por los actos impíos de Licaon—.
  • Decaulión y Pirra: descendientes mortales de Epimeteo y Prometeo con Pandora y Pronea, fueron elegidos  por Zeus para un nuevo principio tras el diluvio que puso fin a la Edad de Plata, donde dioses y hombres convivían en la llanura de Melcone, hasta la supuesta corrupción mortal. De su unión nació Helén, de la que todos los griegos se creen descendientes. Según la tradición más asentada, tras consultar con los dioses —quizás con Prometeo—, Pirra y Decaulión arrojarían piedras a su espalda, de las que nacerían una nueva generación de seres humanos.
  • Finalmente y, en cuarto lugar, me centraré en los episodios y variables internas que tienen a Prometeo como figura central.

Para analizar el papel de Prometeo como creador o demiurgo, existen tres grandes tradiciones -siendo relevante la elección de cada una de ellas, ya que poseen rasgos característicos que han quedado representados en obras de arte y fijados en nuestro imaginario-.

En primer lugar, deberemos destacar a Hesíodo (s. VIII a. C), que, como señalan Zeller y Mondolfo, se postuló como el mito sensato frente a Homero.

«è dunque un mito sensato per il suo tempo, ma non é ancora una filosofia»

Para la figura que nos ocupa, debemos destacar obras como la Teogonía y los Trabajos y días, donde el autor beocio narra por primera vez, un episodio que intenta explicar el origen del hombre. En él, Prometeo no ostenta el papel de creador, sino valedor del hombre; un dios rebelde cuyas actuaciones provocan una anarquía que ha de ser controlada, justificando así su suplicio.

En segundo lugar, deberemos señalar a Esquilo (s. VI a. C), quien adquirió una especial  trascendencia durante la época helenística y el Renacimiento. García Gual señala que la representación de Prometeo que ha llegado a nuestros días, es la derivada de las tragedias de este autor. Sus obras más relevantes para el abordaje de la figura de Prometeo son: Prometeo encadenado, Prometeo liberado y Prometeo como portador del fuego. Este autor aborda la figura del titán como un mártir que sufriría ante un dios tyrannos.

En tercer y último lugar destacaré la tradición sofista, de la que se distingue Platón (s. IV a. C) con su obra tributo a Protágoras. En ella, el ateniense aborda a Prometeo como un rebelde que adora los excesos mortales, insinuando ya su papel como creador, no con un mero filántropo.

Sería de la mano del ya citado Protágoras y de Pseudo-Apolodoro, entre otros, quienes introducirían la figura de Atenea en el relato mítico como co-creadora del hombre, insuflándole la vida o, mostrando a Prometeo como debía hacerlo. Esopo, por su parte, señala que el hombre pudo ser fruto de una competición entre Zeus, Atenea y Prometeo, donde Momo fue el juez.

Como vemos, cada tradición postula, insinúa y se hace eco de distintos pasajes, dando como resultado a distintas imágenes de la misma figura: ¿Un dios rebelde? ¿Un mártir? ¿Un vicioso? Ante ello, los historiadores de las religiones interpretan que Prometeo pudo colaborar en una creación post-diluviana, es decir, tras el diluvio al que sobrevivieron Pirra y Decaulión. Apolodoro, entre otros, remarca su carácter creador escribiendo:

«Prometeo modeló al hombre con agua y tierra»

La creación original del hombre, el cual conviviría con los dioses durante las Edades de Oro y Plata, siguiendo los postulados de mitógrafos como Hesíodo o Fulgencio, suele atribuirse a Gea, habiendo un origen común entre dioses y hombres. Pindaro, por su parte, relata:

«hombres y dioses somos de la misma familia. Debemos la vida a una misma madre»

La existencia del hombre sin mujeres evidencia que estos no nacen fruto de una relación carnal humana; lo femenino, por otro lado, existe, ya que hay diosas de este género, sin embargo, la primera mujer mortal no ha nacido aún. Pese a ello, la vida en la Edad de Oro y, parte de la de Plata, se nos narra idílica —hasta la Titanomaquia—. Juntos, hombres y dioses se alimentaban y festejaban sin obligaciones ni preocupaciones.

Retomando a Hesíodo, en concreto, la Teogonía, se nos narra como durante el reinado de Crono, que es cuando transcurre la Edad de Oro, se establecieron los acuerdos entre hombres y dioses.

«las comidas se hacían en común y en común se harían también las asambleas»

Pero, con el advenimiento Olímpico, todo cambia. Zeus se impuso tanto a hombres como a dioses y, ya fuere porque percibía la maldad del hombre como heredero del legado titánico —teogonía órfica—, ya se encontrase receloso de las habilidades que estaban adquiriendo —Esquilo—, decide distanciar ambas razas.

Mientras, en los Trabajos y días, Hesíodo nos relata como se celebró una asamblea entre hombres y dioses, con el fin de dilucidar qué parte de los sacrificios les correspondía a cada uno. Prometeo en esta asamblea tuvo un papel primordial. Fue el encargado de hacer las particiones del sacrificio. Este se relacionaría con una res o un buey, que fue dividido en dos lotes. Zeus eligió el primero. Los lotes eran muy diferentes entre sí, diferenciándoles lo estético; bajo lo aparentemente apetitoso, solo se encontraban los huesos, mientras, bajo las vísceras se hallaba el alimento. Zeus, sin saberlo, escogería el primer lote, enfureciendo al descubrir la treta.

Este episodio para los griegos tenía un carácter meramente didáctico, que andando en el tiempo, con un punto de inflexión como la obra de Esquilo, tornaría a ejemplarizante. Señalaba además de la división entre las dos razas, el nuevo método de contacto entre ellas: el sacrificio. Mediante la quema de hierbas aromáticas y huesos, que representaba la parte inmortal del hombre y el animal.

Pues bien, irritado Zeus por el engaño, escondería el fuego que, anteriormente, se encontraba en la copa de los fresnos, condenando al hombre a vivir una vida salvaje. Algunos mitógrafos contemplan que, además del fuego, Zeus tomará los cereales. La asamblea, además de asentar la división entre ambas razas, provocó una nueva necesidad: el hambre.

Ante esta venganza por sus actos, Prometeo como un autodeclarado protector de la humanidad, urde un nuevo plan. El titán sube a la morada de los dioses fingiendo desinterés —quizás con la ayuda de Atenea— y, con una rama de hinojo o cañaheja, camufló el sperma pyros, una semilla de fuego del carro de Helio o de la forja de Hefesto. Quizás unido a este relato, Protágoras —recogido en los diálogos de Platón—, nos cita un episodio donde Epimeteo, encargado de repartir los dones de los dioses, los malgasta en seres irracionales. En reacción a ello, Prometeo, además de robar el sperma pyros, tomaría otros dones para el hombre, como la habilidad de Hefesto y Atenea, distinguiéndose así finalmente de los animales al hombre.

Como Prometeo al esconder las semillas de fuego, los hombres tendrán que esconder las semillas de los cereales para que germinen de la tierra. Pero además de esta mímesis, Zeus quería venganza.

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Jean Cousin el viejo (1550) Eva prima Pandora. Louvre

Con la ayuda de otros dioses, Zeus concibe a semejanza de la Parthenos una compañera para el hombre. Hefesto, como artesano divino, la modeló con arcilla, dándole corazón de perra; Apolo le otorgó el talento, mientras Hermes le insufló la vida además de concederle la astucia y la falsedad; Atenea y Afrodita la vestirían y resaltarían su belleza; y, finalmente, Hera la dota de curiosidad e inquietud, que le impedirá obtener la paz. La mujer nace como una proyección arquetípicia de la feminidad divina y, aún con este carácter divino, también tendrá un lado oscuro.

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Henry Meynell Rheam (1859-1920) Study for Pandora

Etimológicamente, Pandora significa «regalo de los dioses». Si seguimos la tradición de Tesalia, Beocia y Etolia que se apoyan en los textos de Hesíodo, Pandora es la primera mujer. Sin embargo, otros mitógrafos difieren, como Higino, quien postula que la primera mujer mortal es Pirra, ya que Pandora fue creada y no nace.

Prometeo, que esperaba un movimiento olímpico, alertaría a Epimeteo de que no aceptase ningún presente divino. Sin embargo, Epimeteo, cuyo nombre significa «el que reflexiona tarde», no solo desoyó a su hermano, sino que acabó casándose con Pandora.

Algunas versiones citan que, para cuando ocurrió la llegada de Pandora, Prometeo ya estaba encadenado en el Cáucaso y, en un intento de aplacar a Zeus, Epimeteo aceptaría las nupcias con su presente.

El papel de Pandora como primera mujer o símil de plaga, inaugura la visión misógina de la mujer en los textos griegos, véase cómo desde la obra de Hesíodo, se la considera una «bella calamidad», que causa todos los males del mundo. Además de este aporte, Pandora, da inicio a un nuevo método de reproducción. Su papel, sin embargo, no acaba aquí.

Zeus, quizás como presente por las nupcias —aunque algunos tradiciones contemplan que Pandora pudo portar la caja/ánfora desde el principio—, les entrega un presente. Este sería una caja o ánfora, cuyo tipo de vaso cerámico y suntuosidad ya supone un debate entre mitógrafos y ahora estudiosos. Antes de marchar, Zeus advertiría que no debían abrir la caja. Y así fue por un tiempo, hasta que la aportación de Hera o, según algunos mitógrafos, la intervención divina, fracturaría la paz.

Se nos relata como Pandora abre la caja y, con ello, desata la vejez, el trabajo, la enfermedad, la locura, el vicio y la pasión, quedándose en la caja la esperanza, que evitó el suicidio colectivo. Como si fuese una obra, Zeus en tres actos, quizás dejando ver un recurso retórico, convierte la vida humana en una ardua travesía.

Ciertos mitógrafos, quizás para restarle crueldad a posteriori al acto olímpico, contemplan que el vaso contenía solo cosas buenas, pero al abrirlo, Pandora dejó que retornaran al mundo de los dioses.

Como vemos, los hombres han sido castigados por su osadía, pero ¿y Prometeo? El se convertirá en el arquetipo de sacrificio, de mártir, siendo incluso equiparada su tortura y devoción al hombre a Jesucristo por algunos doctores en cristianismo.

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Dirck van Baburen (1623): Prometeo encadenado por Vulcano

Para este episodio, deberemos abandonar a Hesíodo pues en sus obras apenas se cita la tortura de Prometeo. En cambio, el eleusino Esquilo nos narra con todo detalle como Hefesto, Bía y Cratos, siendo los dos últimos personificaciones de la fuerza y violencia solo contempladas en su obra; quienes llevaron a Prometeo al monte Cáucaso, en el interior de la región euroasiática de Escitia. Allí, Prometeo fue encadenado con unas ataduras indestructibles fabricadas por Hefesto, a una roca. Según Apolodoro, estaría sujeto con clavos, pudiendo haber contribuido esta versión a que se asemejara la tortura de Prometeo al suplicio cristiano.

Gustave Doré (1857) Ilustración para la Divina Comedia, Dante Alighieri
Gustave Doré (1857) Ilustración para la Divina Comedia, Dante Alighieri

Prometeo, quien había entregado el alimento y el fuego a los hombres, se convirtió en comida. Todas las noches, el orgulloso inmortal se convertirá en el alimento del águila roja de Zeus. Sus heridas, se regenerarían durante el día para que, llegando el ocaso, el martirio comenzara de nuevo.

Carlo Cesio (s. XVII) Hércules liberando a Prometeo, Farnese Gallery Panels
Carlo Cesio (s. XVII) Hércules liberando a Prometeo, Farnese Gallery

Y este fue el destino de Prometeo, hasta que mil o treinta mil años más tarde, según la tradición que sigamos, Hércules cumpliendo con sus mandados, lo hallaría, dándole muerte al águila con las bendiciones de su padre, a quién le pesaba más el deseo de gloria de su hijo, que sus ansias de venganza. En agradecimiento, Prometeo le diría cómo llegar al jardín de las Hespérides. Sin embargo, en este punto nos hallamos un nuevo problema. Zeus había jurado ante la Estigie que nunca liberaría a Prometeo de la roca. Por ello, obligó al titán a portar un anillo realizado con sus ataduras y la roca; un castigo simbólico que perpetuaba su sumisión. En contrapartida por su liberación, Prometeo confesó un secreto a Zeus que le valdría el trono. Alertándole, el titán le dijo que no debía tener descendencia con la nereida Tetis, ya que existía una profecía que decía que el hijo de esta, sería más fuerte que su padre, pudiendo precipitar un nuevo cambio generacional, destronándole. Y así fue, andando en el tiempo, de Tetis nacería Aquiles, quien demostró ser más fuerte que su padre Peleo.

Alberti Cherubino (1580) The toture o Prometheus
Alberti Cherubino (1580) The toture o Prometheus

Finalmente, para conservar su inmortalidad que parecía debilitada por el martirio, Prometeo deberá practicar una muerte eutanásica al centauro Quirón, que había sido herido con una flecha errada de Hércules impregnada de veneno de Hidra. Como hijo inmortal de Zeus, Quirón no podía morir, pero sufría grandes dolores. Dado que el equilibrio entre inmortales debía mantenerse, Prometeo tomaría su lugar.

Aguste Rodin (1880) Promeéthée et les océanides, Museo de Rodin.png
Aguste Rodin (1880) Promeéthée et les océanides, Museo de Rodin

Como consecuencia del mito, la figura de Prometeo ha perdurado en el imaginario occidental. Ya en la Antigüedad, su papel como defensor del hombre, precipitó su culto progresivo, existiendo un altar a él en Atenas y convocándose en su nombre en Beocia, unas carreras donde los corredores portaban antorchas prendidas en honor al titán.

Algunos historiadores de las religiones postulan que la figura de Prometeo pudo nacer de un dios indígena que, al chocar en funciones con Hefesto, fue degradado progresivamente a un mero héroe cultural.

Su figura ha sido recuperada e invocada intermitentemente durante nuestra historia, como un personaje legitimador de las causas justas, sobre todo durante el renacimiento, el auge romántico del siglo XVIII y, recientemente, a manos de distintos nacionalismos. Episodios tan destacables como la Revolución francesa; individuos tan insignes como Karl Marx, quien hablaría de la clase obrera como un Prometeo colectivo; entre otros autores, atestiguan su trascendencia, siempre ligado a la intelectualidad, a la resistencia, al sufrimiento, al saber y la razón.

Bibliografía empleada:

Recursos telemáticos
– Iconos. Cattedra di Iconografia e Iconologia, Dipartimento di Storia dell’arte e spettacolo, Facoltà di Lettere e Filosofia, Sapienza Università di Roma http://www.iconos.it (consultado 10 de diciembre de 2017)
– International Institute of Social History (Amsterdam, Holanda) https://socialhistory.org (consultado 10 de diciembre de 2017)
– Fine Arts Museums of San Francisco (FAMSF) http://www.famsf.org/ (consultado 18 de diciembre de 2017)
– Musée Rodin http://www.musee-rodin.fr/ (consultado 18 de diciembre de 2017)
Red Didactalia. Mis Museos http://mismuseos.net/comunidad/metamuseo (consultado 18 de diciembre de 2017)
Libros y artículos
– GALLARDO LÓPEZ, Mª. D., Manual de Mitología Clásica, Madrid, Ediciones clásicas, 1995
– GRIMAL, P., Diccionario de mitología griega y romana, Paidós, Madrid, 1997
– HINKELAMMENRT, F., “Prometeo, el discernimiento de los dioses y la ética del sujeto”, POLIS revista latinoamericana, 2006, pp. 1-27
– NOBILI, C., “Da Prometeo a Prometeo: il uolo dell’ Inno ad Ermes”, Stratagemmi Trimestrale di Studi, 2008, pp. 11-38
– NOVELL, N., “Frankenstein y Blade Runner. Variaciones sobre el tema de Prometeo”, Revista de la UNAM, 2006, pp. 49-60
– OVIDIO., La Metamorfosis, Fontana Literatura Universal, Madrid, 1994
– RUIZ DE ELVIRA, A., Mitología Clásica, Gredos, Madrid, 1975
– SANTO TOMÁS PÉREZ, M., “Las imágenes como fuente para el estudio de la Historia”, Castilla ediciones (Universidad de Valladolid), 2009, pp: 105-126

Albores de un nuevo amanecer

Aquí en la retaguardia, donde acaba la frontera y el mañana comienza, en el lugar en que las sombras se hacen fuertes y el esfuerzo perece a merced del sudor y la sangre, está el camino para alcanzar la cima de quien espera nuestros brazos cansados por el peso del mando que ejercen nuestras vidas, sin contar con las cargas de este mundo. En las entrañas de la noche callada, tras las siluetas de la imaginación que ostenta el mal vino y en la potestad de quienes ostentan la ansiada carga que somete la sumisión irracional de todo cuanto se sostiene en pie, no osen las crueles mayorías poder vencer a la verdadera soledad del misterio terrenal que invade la penumbra, la plaza umbría y la inexpugnable sinceridad de los sujetos que sostienen por bandera el honor de morir por el nombre exacto de las cosas que moran en las tierras baldías.

Mas, llegados a este punto de insana incertidumbre, no es asunto baladí ejercer cuestión acerca del rumbo y dirección del propósito que cuelga de nuestra espalda para gestionar la ilusión de lo que acecha tras los muros de la indiferencia ajena, misma aquella que traduce en versos podridos la clara y libérrima prosa que describe nuestros días desde la última fortaleza en que penetran vibrantes los acordes de las trompetas del juicio que ni siquiera último será, pues nada hay que sucumba en el olvido ni quede yermo tras el paso del tiempo. Nada en que refugiarse para ser más, o menos, incluso, que un millardo de flores marchitas corriendo en la blanca orilla del paraíso perdido que un ciego ideó y jamás pudo ver por su incorregible lealtad a la imaginación que residía en su incorruptible parecer del ambiente a que es fiel.

Y es aquí, tras la gris tempestad que avecina el sur, y ante la vil marcha que domina el norte, donde caen las preguntas más importantes para el destino, sino el sino, del nuevo amanecer. Grandes batallas para miserables guerras que imponen la cruda mentira que por verdad pretende ser en la mente de quien mira, no oye y calla para otorgar la más dura de las lealtades.

No es esto una declaración de contienda ni tan siquiera por distancia; tan solo un arduo deseo de escapar de las garras de la inminente catástrofe que asoma ya tras los picos lejanos del campo yermo.

Buenas noches.

La génesis suicida

Horacio resucitó de entre los muertos de una estantería cualquiera, el eco amargo y provecto de la historia en sus hombros aún más pesada que el cielo que ya no soporta; apenas un suspiro lacónico entre los muros clavando el aire entre sus poros de cemento bastó para convertir al mundo a su nuevo dogma de precio de ultramarino y producción seriada. Y sin pasar por caja (o la llaga en el costado).

Y es que nadie lo vio nunca salir de aquel habitáculo sepulcral al tercer día; pero todos habíamos cogido un poco del oxígeno expirado de Horacio, un oxígeno zarco y roto que emulaba al que Picasso había encerrado en alguno de sus cuadros. No es que sea un tránsfuga del impulso ni un beato sazonado de modernidad, pero cuando el carpe diem se acaba parece que encontraremos uno de repuesto en alguna esquina frecuentada en el pasado, como si los recuerdos fueran el mapa en el que el tesoro es perpetuar ad infinitum lo que fuimos y no sabemos cuándo hemos dejado de ser.

En realidad, hemos acabado deambulando con los dedos por la espalda de la vorágine, callando a Machado mientras hacemos camino al andar sobre la Nada, dejando estelas en la mar de la obviedad y la duda a corazón abierto. Y solo eso: un día a día monócromo, un carmín grisáceo en las entrañas y el hueco entre el polvo de los sueños; parece que dejamos más de nosotros mismos por error que por tener algo que abandonar en otros lugares, en otros cuerpos. Y en realidad, a nadie le importa. La vampirofilia y su metralla entre los pechos provoca monstruos: no resulta extraño mirar en el espejo y no ver a nadie, como una transparencia fingida sin haber aún roto los cristales que delatan nuestra vacuidad.

Quizás la vida sea un naufragio en el que la supervivencia le garantiza ir ligeros de equipaje, obviar si el mañana existe o si el ayer se irá, flotar entre los restos de ese barco que pretendía seguir navegando en el aire cuando alcanzara el horizonte y se acabara el mundo, ser los argonautas de ese futuro que algún día nos atrevimos a soñar porque el lugar del que veníamos no nos era suficiente. Y ahora solo una mentira rota en mil verdades, preferimos creernos las ajenas para no seguir a la deriva (o creer que no lo vamos).

Quizás la última pregunta sea si, en el breve chasquido que dura una vida, entre todo lo dicho, ¿habremos sabido realmente aprovechar cada uno de esos días hasta el final aún ignorándonos a nosotros mismos? ¿Seguiremos respirando el aire de Horacio aún siendo yermo el corazón, llano entre los escombros del pasado?

Cuatro americanos que marcharon hacia rutas salvajes (y II)

← Primera parte

Dicen que los discípulos suelen ser más radicales en sus premisas que sus maestros, y los dos jóvenes de los que voy a hablar en esta segunda ―y última― entrega no suponen un riesgo para la supervivencia de dicho adagio.

El primero de estos jóvenes es Christopher McCandless o Alexander Supertramp, seudónimo que empleó durante sus andanzas. Nacido en California en 1968, su historia conmocionó a Estados Unidos en el año 1992. Se crió en el seno de una familia pudiente y de pequeño siempre destacó por su tenacidad y amor al deporte, hasta tal punto que en el instituto fue capitán del equipo de campo a través. En 1990 se graduó en Historia y Antropología por la Universidad de Atlanta, fundamentalmente para satisfacer las expectativas de una sociedad ―y unos padres― obsesionada con los estudios superiores. Una vez recibidas las calificaciones, se las envió por correo a sus padres y decidió desaparecer con su coche por la costa oeste. Su sueño era seguir la estela del escritor Jack London y llegar a los bosques de Alaska para vivir en la naturaleza, a solas, sin más ayuda que la de sus instintos y un rifle de calibre 22. Buscaba así poder regresar a los impulsos primitivos y conocer la historia humana de primera mano.

El 12 de septiembre de 1992 unos cazadores de alces hallaron un cadáver dentro de un autobús abandonado en mitad de los bosques de Alaska. El cuerpo pertenecía a un joven de 24 años llamado Christopher McCandless.

Al darse a conocer la noticia, la revista Outside, especializada en actividades al aire libre, le encargó al montañista Jon Krakauer que escribiera un artículo sobre el suceso. Este artículo se publicó en enero de 1993 y Krakauer recibió una avalancha de cartas pidiendo más información al respecto. La abrumadora demanda popular ―sumada a la obsesión que provocó la historia en este redactor― lo motivó para lanzarse a trazar el trayecto que siguió Chris McCandless desde que desapareció de Atlanta hasta que conoció la muerte en Alaska. Esta investigación tomó forma de libro al publicarse en 1996 Into the Wild o, como lo conocemos en España, Hacia rutas salvajes.

A través de decenas de entrevistas y de los objetos que McCandless dejó tras de sí, Krakauer pudo averiguar que, antes de llegar a Alaska, el chico pasó por California, México, Arizona y Dakota del Norte, adonde llegó haciendo autoestop o en canoa. Entre tanto, trabajó en una elevadora de grano unas semanas y en otros lugares de tercera fila. En abril de 1992 por fin llegó a su ansiada Alaska y se adentró en los bosques ligero de equipaje, apenas con 5 kilos de arroz, varias novelas, una guía de plantas silvestres del territorio, un rifle y su cámara de fotos. Poco más. Ni dinero, ni mapas, ni brújulas. Desde luego, no era el mejor equipo para este tipo de empresa. Después de caminar varios kilómetros, encontró un autobús de los años 40 abandonado, concretamente la línea 142 de la ciudad de Fairbanks. Decidió fijar allí su residencia temporal. Sobrevivió como pudo alimentándose de ardillas, puercoespines, pájaros y hasta un reno, cuya carne, lamentablemente, no pudo mantener en buen estado por mucho tiempo. Sin embargo, la naturaleza tiene lo mismo de bella que de despiadada, y para el mes de agosto su cuerpo perdió toda la vitalidad que le había caracterizado aquellos 24 años. Durante sus últimos días de agonía, Chris tuvo tiempo de reflexionar a fondo sobre las vicisitudes de su viaje. Dichas reflexiones las conocemos a través de los fragmentos que dejaba subrayados en los libros que leía y de las notas que escribía en sus márgenes. En uno de ellos, llegó a escribir «Happiness only real when shared» («La felicidad solo es de verdad cuando se comparte»).

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Chris McCandless junto al autobús de la línea 142.

Realmente nunca se conocieron las causas de su muerte. Algunas teorías sugieren que murió tras haberse intoxicado con alguna baya o tubérculo, otras simplemente que murió de inanición.

La historia de Chris McCandless volvió a ganar notoriedad en 2007 cuando Sean Penn dirigió la película Hacia rutas salvajes. Con la extraordinaria banda sonora de Eddie Vedder, Sean Penn recorre la odisea de Alexander Supertramp, interpretado por Emile Hirsch, siguiendo con celosa fidelidad cada palabra del libro. La película también sostenía la tesis de que había muerto envenenado tras ingerir una baya, y probablemente el mito de Chris McCandless sea transmitido con esta versión de su final.

Para muchos, Chris fue tan solo un joven idealista e incauto que se adentró en unos bosques desconocidos sin los conocimientos y medios adecuados, pero para otros se convirtió en el símbolo de esa parte del ser humano que se niega a ser cortada por el mismo patrón que el resto.

Nuestro último aventurero, Aron Ralston, nació en Ohio en 1975. Se graduó en Ingeniería Mecánica y Francés por la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh. Destacó en la universidad por su habilidad en los deportes. Rápidamente obtuvo un generoso contrato de trabajo en la filial de Intel de Arizona, pero en 2002, en parte por la influencia del libro Hacia rutas salvajes, abandonó, al igual que Chris McCandless, la acomodada vida que llevaba y se marchó a Colorado con el objetivo de cumplir su sueño: escalar los 59 fourteeneers, montañas de más de 14 000 pies (más de 4000 metros) que existen en ese estado.

Estuvo varios meses trabajando en una tienda para pescadores y el 25 de abril decidió coger el coche para pasar el fin de semana en los grandes cañones de Utah. No avisó a nadie de sus planes, puesto que tenía la intención de pasar unos días a solas con sus pensamientos, disfrutando del sol y la música, y de descubrir sus propios límites. Precisamente por este motivo también tan solo guardó en la mochila dos burritos y 350 mililitros de agua.

Al día siguiente, se fue a hacer senderismo por el Blue John Canyon de Utah. Mientras descendía un cañón de ranura, una roca se desprendió y atrapó su brazo derecho contra una pared. Ralston, presa del pánico, trató de pulir la roca con una navaja suiza de poca calidad, pero todos sus intentos fueron en vano. Al principio, pensó que si se amputaba el brazo, moriría desangrado, así que poco a poco fue tomando conciencia de que estaría atrapado allí hasta que alguien acudiese en su ayuda. Llevaba una cámara de vídeo consigo y decidió grabar varios vídeos para hacer un seguimiento de la odisea. Además, racionó en consecuencia el consumo de agua a un pequeño sorbo cada hora y media. Durante los primeros días, intentó construir un torniquete para cercenarse el brazo, pero se dio cuenta de que la navaja era demasiado blanda como para cortar el hueso. Debido a la posición en que quedó atrapado, no podía dormir y a los varios días comenzó a tener alucinaciones sobre comida, bebida y la boda de su hermana, a la que no podría asistir.

Pasaron los días y su futuro cada vez se le presentaba más negro, así que empezó a guardar su propia orina a sabiendas de que se la tendría que beber pronto. Con ciertos tintes fúnebres, grabó un último vídeo en el que se despedía de sus padres y amigos. En sus palabras había un claro tono de reproche hacia sí mismo por arrojarse a tan peligrosa aventura sin avisar a nadie.

El 1 de mayo pensó que sería el día de su muerte, incluso escribió un epitafio en la pared. Pero, de repente, su cerebro sacó fuerzas de flaqueza y escarbó entre sus conocimientos de ingeniería para encontrar la técnica del torque. La piedra sujetaba con tanta fuerza el brazo que podría romperlo haciendo palanca. Después de un crujido que Ralston recordará toda su vida, por fin estaba libre. La esperanza asomaba a su vida tras seis días de desesperación. Salió escalando de la ranura con un solo brazo e incluso tuvo la habilidad para bajar en rappel por un barranco de 20 metros. En su salida, encontró una pareja de turistas holandeses que le dieron agua y varias galletas; llamaron a las autoridades que, 6 horas más tarde, lo rescataron.

Ralston utiliza desde entonces una prótesis y sigue escalando. En 2005 consiguió su objetivo de escalar los 59 fourteneers de Colorado.

En 2004 narró su experiencia en un libro de ingenioso título: Entre la espada y la pared (Between a rock and a hard place). Seis años más tarde, apareció la película de Danny Boyle 127 horas, en la que Aron Ralston es interpretado por James Franco.

Ciertamente, los casos de Thoreau, London, McCandless y Ralston poseen grandes diferencias. El primero llevó una vida sedentaria en una cabaña que fijó en la propiedad privada de su amigo, a pocos kilómetros de una aldea; el segundo únicamente vivió un invierno en aquel territorio idealizado; el tercero fue un muchacho, sediento de nuevas experiencias y de vivir como sus ancestros, que encontró la muerte por no ir suficientemente preparado; y el cuarto era un montañista experimentado que simplemente tuvo mala suerte y, además, cometió la imprudencia de no avisar a nadie sobre sus intenciones.

Sin embargo, en los cuatro anidaba el mismo impulso, el de volver a los orígenes primitivos de nuestra mente, a comprender por qué sentimos ansiedad, amor, odio y miedo, un viaje a la autocomprensión que bien podría servir como terapia para algunos de los males contemporáneos.

De estos cuatro casos se deduce que, pese al irresistible impulso de independencia que habita en nuestro ADN, tenemos que confesar que la felicidad solo es real cuando se comparte y que ello nos obliga a vivir en sociedad y aceptar una obligación para con los demás. La evolución es un camino que se transita de manera colectiva y cualquier intento de desviarse nos aboca a la soledad y al desamparo. Las sociedades están llenas de hipocresías, dobles raseros e injusticia, pero parecen ser el peaje de la felicidad.

Divinidades

Alá, Yahvé, Buda, Ahura-Mazda, Shiva, Vishnú, Brahmá, Dios, Zeus, Júpiter, Lao-Tsé, Jesús, Zoroastro, Nietzsche y el Superhombre, Mahoma, Satanás, Ra, Anubis, Angra Mainyu, Ganesha, Cao Dai…

¿Quién o qué decide? ¿Por qué de esta forma y no de otra? ¿Quién merece el sufrimiento y la humillación, y quién medrar y hallarse abrigado? ¿Por qué no justicia e igualdad? ¿Por qué no respeto y tolerancia? ¿Por qué importan los colores? ¿Porque es la voluntad del que nos mira? ¿Porque tiene planes para nosotros? ¿Porque es sabio y misericordioso? ¿Porque él nos creó? ¿Por qué no muestra su cara? ¿Por qué lanza tempestades contra los desgraciados? ¿Por qué tanta bonanza para los afortunados? ¿Tan perversos fueron los que habitan en África, en el infierno terrenal? ¿Tan mal lo hicieron? ¿Tan buenos fuimos los que residimos en el Norte, donde llueve lo necesario y nos baña el sol, aquí donde el mayor problema es una crisis económica?

No recuerdo haber ayudado a nadie. No recuerdo haber hecho sufrir a nadie. No sé si en otro tiempo vi lo que ahora veo. No sé si esta es la primera vez que piso el mundo. No sé cuál de los nombres propios que aparecen en tantos textos sagrados pertenece a quien hizo que tantas vidas tuvieran lugar.

Sin embargo, sé qué decido. Sé que mi corazón galopará cuando mis ojos vean algo bello. Sé que ríos de lágrimas llevarán su caudal por mis mejillas si dejo de verlo. Sé que puedo reír. Sé que puedo morir. Pero la divinidad de todo cuanto permanece en el mundo, que no tiene nombre propio ni vida ni ojos ni conocimiento para adjudicarnos vida en el paraíso o en el inframundo, esa que no se creó y que jamás se destruirá, la Suerte, es la única entidad que nos da esperanzas, pues nos da la libertad para elegir lo bueno y lo malo, porque nos hace saber que al único plan y a la única voluntad a los que estamos sujetos son los propios. Por esto, algún día, aunque es posible que entonces la raza humana se haya extinguido cientos de veces y haya vuelto a crearse las mismas, todas las personas que se mantienen sobre el mundo, por ellas mismas, no por temor ni obligación, sino por filantropía, podrán dar su mano blanca o negra a otra que sea roja o amarilla, y caminar junto a su dueño hasta que leviten por la fuerza del amor que irradien.

Hace dos mil años peleábamos por la libertad; hace mil, por la necesidad de ser libres; hace quinientos, por una razón para vivir; hoy, muchos, tan solo por sobrevivir. Si nuestra razón se desvanece antes de que lo hagan los seres racionales, pasaremos el resto de nuestras cenicientas vidas con las venas vacías, la cabeza vacía, el corazón…

Nada es en vano cuando el tesón se apodera del ánimo que lo ejecuta. Todo es superior si la pasión domina. Mas lo primordial no es la omnipresencia, sino la capacidad de mirar y ver, de oír y escuchar, de decir y hablar. Una contienda no debe ser capítulo de entretenimiento, pues recopila la consecuencia de lo ajeno y de la locura circundante que nos atañe a cuantos pertenecemos al muro sombrío que aniquila su iluminación. Debemos ser cautos y decididos, valientes y tiranos de nosotros mismos, y la verdad dará lugar a la inteligencia, que nos dará el nombre exacto de las cosas, en palabras de poeta.

Cuando no lloremos una muerte; cuando veamos más allá de la piel; cuando nos cercioremos de que la Suerte nos permite ser como somos, es decir, espléndidos… será entonces cuando moriremos por placer.

Cuatro americanos que marcharon hacia rutas salvajes (I)

Sostenía Sigmund Freud en El malestar en la cultura que la construcción de la civilización es una carrera hacia la represión de los instintos primitivos que se forjaron en el hombre durante la noche de los tiempos. Para satisfacer este fin, la cultura utiliza diversos mecanismos como la moral, las leyes, las convenciones o las instituciones. De esta forma, las sociedades sedentarias nacen con una marcada tendencia a encorsetar la mente humana dentro de unos cánones establecidos.

 Frente a este estado de cosas, surge una conciencia reaccionaria que se niega a limitar al espíritu libre y busca regresar a ese estadio anterior de la evolución humana. Naturalmente, esta huida solo puede materializarse escapando de la ciudad y los grandes núcleos de población.

 Contamos en nuestra literatura con numerosos testimonios de esta conciencia que inspiró, entre otros, el género que conocemos como beatus ille y que tan alegremente cultivaron renacentistas españoles como Fray Luis de León.

 También encontramos este mismo espíritu en los Wandervogel alemanes del siglo XX, grupos de exploradores que salían a hacer senderismo por los bosques de Alemania para plantar cara a la creciente industrialización que vivía el país, y que tanta influencia tuvieron en los boy scouts y el movimiento hippie.

 Si centro este artículo en cuatro hombres de los Estados Unidos es porque considero que se trata de un país que sembró durante los siglos XVIII y XIX -con sus vastos terrenos sin explorar- la semilla de una mentalidad contraria a las convenciones, rozando a veces la sociopatía, y que resultó en un caldo de cultivo ideal para aventureros, ascetas y amorales.

El primero de nuestros aventureros, Henry David Thoreau (1817-1862), nació en Concord, Massachusetts. Andando el tiempo, se convertiría en uno de los faros que iluminó la revolución pacífica de Gandhi y el movimiento por los derechos civiles y la contracultura de los años 60. Por las venas de Thoreau debía correr sangre anarquista, pues ya su abuelo materno protagonizó en la Universidad de Harvard en 1776 la llamada Rebelión de la mantequilla (Butter rebellion), que se convirtió en la primera protesta estudiantil que tuvo lugar en las colonias británicas de América. Enardecidos por el espíritu revolucionario de la independencia, varias decenas de estudiantes se unieron para protestar por la calidad de la comida, en concreto, de un plato que empleaba mantequilla rancia.

 A través de escritos como Desobediencia civil y La esclavitud en Massachusetts, Thoreau hizo una acérrima defensa de la libertad del individuo y, en consecuencia, criticó con vehemencia la esclavitud, los impuestos y la guerra de 1848 entre Estados Unidos y México.

 Pero la faceta de Thoreau que aquí nos interesa es la que lo une al trascendentalismo, una doctrina surgida en EE.UU. allá por los años 20 del siglo XIX y que sostenía, en líneas generales, que el hombre era bondadoso en esencia, pero se corrompía por la inercia de la sociedad y las instituciones. Por tanto, este debía vivir de forma autosuficiente. Asimismo, este movimiento concebía la naturaleza como la manifestación exterior de nuestro espíritu interior, por lo que el hombre debía conocerla de primera mano.

Estatua de Thoreau ante una reconstrucción de la cabaña en la que vivió.

 Para llevar estas ideas a la práctica, Thoreau hizo varios viajes a lugares como el Monte Katahdin (en el estado de Maine), Canadá y Cape Cod, y dejó su experiencia recogida en libros como Los bosques de Maine, Un yanqui en Canadá o Una semana en los ríos Concord y Merrimack. Sin embargo, la verdadera puesta en marcha de su filosofía la llevó a cabo en el lago Walden entre los años 1845 y 1847. Allí, en unos vastos terrenos propiedad de su gran amigo y fundador del trascendentalismo Edward Waldo Emerson, construyó una cabaña de madera por tan solo 28,12 dólares de la época y se embarcó en una experiencia de algo más de dos años que retrató en la que quizás sea su obra más conocida, Walden, publicada en 1854. En ella refleja cómo trató de vivir de manera autosuficiente, con lo esencial, no fuera que, “a la hora de la muerte, descubriera no haber vivido”. Cultivaba él mismo patatas, judías y guisantes y, ocasionalmente, salía a pescar. Aseguraba trabajar 6 semanas por año y el resto del tiempo lo dedicaba a leer y escribir. Su aventura concluyó en 1847, cuando Emerson le pidió que ayudara a su esposa mientras él se encontraba de viaje en Europa.

 Lo cierto es que Thoreau no tuvo demasiado éxito en vida, pero a partir del siglo XX fueron cientos de jóvenes quienes lo emularon y su experiencia tuvo bastante que ver con el nacimiento de la contracultura hippie y el ecologismo.

 Jack London (1876-1916) nació en San Francisco. Era descendiente de uno de los primeros puritanos que llegaron a la Bahía de Massachussetts, por lo que el deseo de explorar nuevos mundos le venía de familia. Fue un prolífico escritor y obras como La llamada de lo salvaje (1903) o Colmillo blanco (1906) lo catapultaron a la literatura universal.

 Durante sus años estudiantiles trabajó como pescador y contrabandista y dejó narradas sus experiencias en el periódico del instituto. Le apasionaba la lucha del hombre contra la naturaleza y, especialmente desde sus lecturas de Nietzsche y Darwin, afianzó su creencia de que solo los fuertes sobreviven, idea que plasmó en un buen número de sus escritos.

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Jack London

 Entre 1897 y 1898 viajó a la región de Yukon (Alaska) en plena fiebre del oro para materializar sus sueños de adolescente. Sin embargo, a lo largo del invierno empezó a sufrir escorbuto debido a la malnutrición. Este infortunio lo obligó a marcharse en primavera. Así de rápido concluía su periplo por las frías tierras del norte. Sin embargo, este viaje le aportó las imágenes necesarias que más tarde presidirían sus historias y que construyeron el imaginario de unos lectores que lo tomarían como referente. Uno de los relatos nacido al calor de esta experiencia, Encender una hoguera, cuenta la odisea de un hombre para encender un fuego en mitad del frío de los bosques de Alaska. La intensidad del relato recuerda a la agonía del pescador en El viejo y el mar de Hemingway. Ambas son alegorías de la lucha que todos vivimos por dentro y en la que rendirse no puede figurar jamás entre las opciones.

 Hasta aquí la vida y obra de los precursores, los padres, los dos primeros ladrillos de la construcción. En la próxima entrada hablaré de dos jóvenes sedientos de aventuras, que decidieron llevar a término sus sueños en el mundo real antes que sobre la seguridad de la imaginación.

Sobre las despedidas

Nunca me gustaron las despedidas. La sociedad está tan acostumbrada a ellas que solemos verlas como algo festivo, como cuando una persona se va de viaje o hace una despedida de soltero o de soltera. Despedimos los cursos, incluso festejamos la despedida de los puestos de trabajo en los que nunca nos han llegado a satisfacer del todo. Pero, sobre las despedidas de verdad, esas que te obligan realmente a desearle a una persona que tenga un buen viaje porque ha partido hacia otro lugar muy lejos de nuestras manos, he de decir que no consigo hacerme a ellas. Ni siquiera sé si en algún momento de mi vida aprendí cómo se despide o cómo se debe despedir a una persona, cómo decirle adiós, cómo asimilar que no vas a volver a verla. Lo cierto es que nadie nos enseña cuál es la manera más sana o más sutil para despedir a alguien a quien sabemos que jamás volveremos a ver. Cuando despedimos a alguien somos nosotros mismos los que nos obligamos a cambiar ciertas costumbres, ciertos hábitos; por ejemplo, cambiamos el uso de los verbos y los empezamos a utilizar en pasado en vez de usar el presente como hasta ese momento. Quizá sea que las personas no estamos hechas para decir adiós para siempre y que, algunas, preferiríamos arrastrar durante toda la vida el lastre de no despedirnos nunca del todo; porque al decir adiós a alguien o, mejor dicho, al decirle hasta siempre estamos dando por sentado que nunca más aparecerá ante nosotros, que no nos deleitará con su sonrisa, con sus historias…

Es cierto que, al llegar a una edad, somos capaces de ver a lo lejos la luz de nuestro fatal destino, pues nuestra vida no tendrá como fin otra fortuna que no sea la de irnos, como tantas otras personas que pisan el suelo para, después, alzar el vuelo. Por desgracia, no somos plenamente conscientes de que la vida se nos esfuma, se pierde entre nuestras manos y que es tan corta que, en muchas ocasiones, un suspiro sería capaz de prolongarse más en el tiempo que ella.

Existen muchas personas que, en algunos casos, entienden la vida y la muerte como dos procesos antitéticos en el ciclo de la vida, pero hemos de comprender que la vida se contempla como proceso vital anterior a la muerte y la muerte se contempla como culminación de la vida.

Aunque, por otro lado, el problema ─y, a la vez, la virtud─ de la vida y de la muerte es que nunca sabemos cuándo nos iremos, por tanto, no sabemos durante cuánto tiempo viviremos y es por esto que deberíamos preguntarnos más a menudo si lo estamos haciendo bien, si hacemos felices a las personas que nos rodean y, sobre todo, si nos sentimos felices con nuestra realidad o nos gustaría cambiar algo de ella.

Vive, crea, imagina, valora, besa, abraza, innova, siente, padece… pero, sobre todo, ama. Porque, al fin y al cabo, todos vamos a acabar en el mismo lugar. Estamos aquí para ser felices,  ¿y qué mejor manera de ser feliz que haciendo felices a los demás?

Créditos

Texto e imagen: @martaortega
Edición: @jamoreno

Imagina

Imagina.

Imagina un barco de juguete. Imagina un río inmenso. Imagina poner el juguete en el nacimiento del río y seguirlo hasta que llegue al mar.

Imagina que no solo tú pones un barco, sino que cada persona que conoces coloca uno. Y todos siguen sus barcos, sin perderlos de vista un momento. Unos barcos irán más lento y otros más rápido. Algunos chocarán contra piedras, eso es algo inevitable. La corriente hará que algunos se acerquen a otros antes o después durante algún tiempo, o todo el trayecto, quién sabe.

Es un caso seguro el que se rompa alguno, pero sus restos seguirán adelante arrastrados por la corriente. Otros, por azar, anclarán en la orilla y no podrán llegar al mar. El viento hará chocar barcos casualmente y cada uno saldrá disparado hacia un lado. Habrá alguno que vagará de lado a lado del río, mecido por la corriente y la acción que los otros barcos ejercerán sobre él.

Ten esto por seguro: ninguno seguirá una línea recta. Y mucho menos la que cada uno quisiera para su juguete.

Imagina que alguien te pide que imagines que la vida es un camino y lo tienes que recorrer a pie. Imagina que lo imaginas. Imagina lo equivocada que estaría esa persona. En un camino puedes pararte a descansar, parar el viaje. ¿Conoces a alguien capaz de parar el tiempo?

Imagina y disfruta el viaje en barco.

Créditos:

Autor: @sergiodonaire
Edición:
@jamoreno