Merlí: un nuevo Verano Azul

Merlí es una de esas series que, por la sinopsis, pueden resultar pedantes y aburridas; doy por sentado que en este país el interés por la filosofía, en general, es escaso o nulo. Sin embargo, con Merlí aprendemos que la filosofía no son solo nombres extraños y conceptos incomprensibles.

Todo comienza cuando la exmujer de Merlí se va a Italia a trabajar y le pide que cuide de su hijo en común, Bruno, quien no tiene buena relación con su padre por haber estado ausente durante toda su vida. Y empeora cuando Bruno descubre que lo han desahuciado, que no tiene trabajo y tienen que irse a vivir con su abuela. Pero para más inri todavía para Bruno, llaman a Merlí para que sea profesor de Filosofía en su instituto.

A partir de entonces, Merlí revolucionará el instituto. No solo a sus alumnos —o como él los llama: los peripatéticos—, sino también a los profesores y a los padres. Y lo hará tanto con lecciones de Filosofía, como con su actitud tan descarada y desvergonzada.

Pero, tranquilos, no vengo a contaros la serie, sino a elogiar esta producción catalana que sabe elegir el momento para hablar de uno u otro filosofo. Y esto es gracias a que, en cada capítulo, vemos alguna relación con la filosofía de cada autor. A veces más acertadas que otras. Y me resulta inevitable comparar esta serie con la ya entrañable Verano azul. No diré más, 40 capítulos de filosofía, risas y momentos en los que se te encoge el corazón.

Y atentos a la noticia, hay un spin-off en camino de la mano de Movistar+ con Pol Rubio como protagonista. Recomiendo a los que no la hayáis visto que os pongáis al día ya mismo porque, además, la tenéis completa en Netflix.

«El mundo de Sofía» de Jostein Gaarder

Jostein Gaarder hace apología de la filosofía de una manera divertida y fácil mediante símiles, hace un repaso desde los presocráticos hasta nuestra época. Se echa en falta que hable de filosofías no europeas, sin embargo es una buena manera de interesarse por la filosofía y motivar el pensamiento crítico. Es divertido leer como los elementos metaliterarios se cruzan y el filósofo ironiza sobre ello.

Se trata de una lectura divertida que no explica en profundidad la filosofía, deja algunas explicaciones fuera de la historia. Hay que entender que está orientado a un público juvenil. Por suerte, no todo es filosofía y hay una historia que permite desconectar ligeramente de la espesa filosofía que, insisto, se ameniza con los símiles y cascarillos del filósofo.

Lo que no puedes ver

Hace un par de meses, tuve el enorme placer de ver una película muy alejada de los cánones a los que Hollywood nos tiene habituados, ya que esta película no procede de los estudios de cine del mundo occidental, sino del Imperio del Sol naciente.

Zatoichi (2003) nos cuenta la historia de un viejo vagabundo ciego en el Japón del siglo XIX con una envidiable maestría con la espada. Muchos infravaloraron a este formidable espadachín nada más que por ser ciego, lo que les llevó a la muerte. Este vagabundo se gana la vida como masajista, pero también con su buena fortuna en el Chon-Han, un juego de dados, otros de los elementos que pone de manifiesto las intenciones de su director que describo más adelante.

En esta película no solo encontramos luchas, samuráis, sangre y ninjas estereotipados; también encontramos dosis de humor, sobre todo en la cobardía de los malos y en el sobrino de la granjera que una y otra vez trata de igualar la suerte en el juego del protagonista. Sin embargo, si hay algo que realmente me ha llamado la atención de esta película, dirigida y protagonizada por Takeshi Kitano, es la musicalidad que crea en varias de las escenas. No sé si es la marca personal de este director ―porque por desgracia no he podido ver todavía otras de sus obras―, pero encaja perfectamente con la película, ya que utiliza recursos más allá de lo visual para potenciar el sentido del oído del espectador, uno de los recursos que el mismo Zatoichi utiliza para percibir el mundo.

Es esa potenciación de los sentidos la que enreda al masajista en los problemas de dos hermanas geishas con un pasado realmente oscuro, que va desde la muerte de toda la familia hasta la prostitución infantil y que lo llevará a sumergirse en una historia de venganza.

Sin duda, una de las mejores escenas la encontramos al final cuando el masajista… Bueno, se puede decir que al final sucede lo que Kitano nos advierte, no juzgar solo con los ojos, y no digo más porque no quiero desvelaros mucho de esta película ―y menos destriparos el final, como me pasó a mí cuando estaba viendo por primera vez El padrino, lo que llegó a ser una auténtica puñalada trapera por mi propia madre―.

Takeshi Kitano pretende mostrarnos que no todo es lo visual, que el cine no son solo fotografías en movimiento, que también podemos disfrutar de los sonidos y sensaciones. Pero además pretende darnos una lección de vida: podemos hacer muchas cosas sin el sentido de la vista, hemos explotado lo visual y Kitano quiere romper con esa barrera, pues los enemigos o contrincantes del masajista siempre juzgaron por lo que veían, y se puede decir que no acabaron muy bien…

Heavy Metal

Aprovechando su introducción en el catálogo de Netflix y tirando un poco de nostalgia, he revisionado Heavy Metal, para mí, un clásico del cine de animación y que siempre intento recomendar a mis allegados.

Aunque la película es del 81 y yo de unos años después, es cierto que la vi a corta edad, a pesar de que no es apta para menores (lo que tiene tener un padre guay con el que uno veía desde Expediente X a Pesadilla en Elm Street, así he salido).

No es apta para menores digo, porque no son pocos los desnudos, la apología a la violencia y las drogas, incluso algo de racismo (algo intergaláctico eso sí) y alguna referencia a la religión.

El film comienza con la llegada a la tierra de un astronauta montado en su coche descapotable (sí, sí, eso de las cápsulas ya no se llevaba en el 81), a cargo trae consigo un compartimento en el que esconde una piedra.

Al entrar a casa y ser recibido por su hija se dispone a mostrarle lo que le ha traído desde los confines del espacio, con la sorpresa de que al abrirlo la piedra funde el cuerpo del desafortunado astronauta, dejando a la niña a merced de esta, la cual empieza a hablarle invitándola a mirar dentro de ella…

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Lo que tenemos a continuación es una serie de minihistorias en la que nos cuentan las terribles consecuencias de ansiar el Loc-Nar (la inocente piedra de la que hablábamos) y como esta aprovecha cualquier ocasión para desestabilizar el mundo a sus anchas.

Con un diseño bastante bueno para su época y una banda sonora que se compone de mitad piezas orquestales y la otra mitad de temas de grupos metaleros de la época tan conocidos como Black Sabbath, Journey o Blue Öyster Cult.

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Sin más que decir, solo venía a recomendaros este film, a que disfrutéis a través de las minihistorias en las que seguramente encontraréis algunas cositas que quizás habéis visto en otras pelis que salieron mucho después (un taxista, coches voladores, una pelirroja en peligro, de algo me suena).

Pasen y vean.

‘Mary y la flor de la bruja’. ¿Un déjà vu de Miyazaki?

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El Studio Ghibli llevaba unos cuantos años con la producción de largometrajes detenida desde que el 3 de agosto de 2014 se diese públicamente esta triste noticia. Supuestamente, Hayao Miyazaki se retiraba, y, para colmo, Isao Takahata casi tampoco estaba activo (murió de hecho, y por desgracia, el pasado 5 de abril de cáncer de pulmón). Aunque el 10 de agosto de 2017 dicho estudio volvió a abrir sus puertas a la producción de filmes largos, algunos directores como Hiromasa Yonebayashi, junto a otros guionistas y animadores, se habían marchado ya y fundado el Studio Ponoc, que muestra en su logotipo a Mary de su primera producción estrella, Mary y la Flor de la Bruja, en lo que es toda una declaración de intenciones (en el de Ghibli, como sabemos, aparece Totoro).

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Mary y la Flor de la Bruja, tercera obra de Yonebayashi tras Arrietty y el Mundo de los Diminutos y El recuerdo de Marnie, es una película muy bonita y con una animación impecable, aunque se nota demasiado la sombra alargada, alargadísima, de las obras del mencionado Miyazaki. Niña bruja (que recuerda a Niki de Nicky, la aprendiz de bruja), mundo mágico conectado con el real (que recuerda a El viaje de Chihiro), villanos brujos, abuelita entrañable, metáforas y alegorías, mensaje ecologista y de buen trato hacia los animales, protagonista femenina con gato. Vale, exactamente no es una copia descarada de ninguna película del creador de La princesa Mononoke, pero sí que nos enfrentamos en ella a un déjà vu constante. También tiene algunos fallos de guión y algunas lagunas. Y también, ojo, algunos momentos muy buenos.

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Mary y la Flor de la Bruja está basada en la novela La pequeña escoba de palo de Mary Stewart y narra una historia de superación, de aventuras, de integridad y de amor por la naturaleza en la que una niña encuentra el poder de la magia y se enfrenta a unos magos corruptos. En sus partes positivas, tiene una trama que se sigue con fluidez, unos personajes entrañables, un toque siniestro que todo buen cuento de hadas luce bien y, por supuesto, una animación como he dicho impecable. En el punto flaco, como he dicho, todo recuerda demasiado a producciones anteriores de Ghibli, y además a veces con cierto descaro. También la historia recuerdo que tiene lagunas: no se profundiza en el mundo de los magos, y apenas se sabe nada de sus estudiantes y de otros personajes que aparecen de pasada.

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El filme tiene momentos excelentes como el duelo en la casita de la bruja y otros fallidos (como una introducción muy desgajada del conjunto general) que le impiden ser redondo. No es, en absoluto, a pesar de todo, una mala producción. Mary y la Flor de la Bruja es animación de la buena. Le falta la brillantez, pero sus fallos no son grandes y sus referencias no llegan a empantanarla por completo. Veremos qué nos trae en el futuro este recién fundado Studio Ponoc.

 

 

José Torres Criado

Escritor. Lector omnívoro. Viajero de las viñetas. Melómano indisciplinado. Autor de la novela corta ‘Imagen corporativa’, publicada por Ediciones El Transbordador.

Mad Max: Fury Road. Un acontecimiento.

AVISO: ESTE ARTÍCULO PUEDE CONTENER COMENTARIOS SOBRE LA PELÍCULA QUE DESTRIPEN CIERTOS DETALLES DEL ARGUMENTO. 

¿Qué significa Mad Max: Fury Road? Me gusta empezar siempre con esta pregunta. Es un doble juego de palabras. Por un lado, «Mad Max» refiere tanto a Max, el protagonista, como a la «locura máxima» que vemos en la película. Por otro lado, «Fury Road» refiere tanto al personaje estrella de esta entrega, Imperator Furiosa, como a la furia que transmite la película. Así que el título ya nos dice más o menos lo que vamos a ver. ¿Ofrece realmente Fury Road una aventura loca y llena de furia? ¿Esta cuarta entrega está a la altura de la franquicia que dio origen a un subgénero y a un estilo? ¿Ha repercutido en la industria? ¿Nos ha aportado algo?

A esas cuatro cuestiones un servidor respondería con un rotundo “sí”. Pero el jefe me ha dicho que tengo que hablar un poco sobre esta obra maestra, así que encendamos los motores y pongámonos en marcha. What a lovely day!

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Cuando Mad Max: Fury Road se estrenó en 2015 estaba muy acojonado. Me gusta tanto el mundo del cine que sufro cuando una película que espero con ilusión me termina decepcionando. Fui al estreno únicamente acompañado por mis nervios. Y bueno, tendría que empezar diciendo que no me estaba creyendo lo que estaba viendo. A menudo había soñado con este tipo de imágenes. Me encantan las películas alocadas que se toman enserio a sí mismas. Es muy difícil conseguir un buen resultado, conseguir que un conjunto de imágenes frenéticas formen una composición armónica entre el relato y la acción sin que la locura acabe convirtiendo a la cinta en un producto sin sentido propio de un lunático.

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Pero el cineasta George Miller había vuelto porque aún tenía algo que decir. Un veterano, un hombre prácticamente desaparecido, que se dice que iba a dirigir una adaptación de La Liga de la Justicia. Dichosas las circunstancias que lo llevaron a no poder llevar adelante ese proyecto para traernos este regalo. Y dando una lección a mucha gente que creía, yo el primero, que esto era imposible. Cómo se puede contar tanto con tan poco, cómo se puede ser tan apasionado y colérico sin dejar de dar sentido a lo que estás filmando. Volvía el cine de especialistas, un cine cargado de riesgos y que requiere un grandísimo esfuerzo por parte de todo el equipo. El reparto llevado al límite, dándolo todo. Y qué color, qué técnica, que diseño de producción, qué banda sonora… ¡qué todo!

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Por partes. Considero que la película no empieza exactamente en el primer minuto. No, eso sólo es un aperitivo, una presentación de ese nuevo mundo que imagina Miller en su mente. Porque recordemos que cada película de la saga Mad Max es diferente y ha puesto a Max en situaciones diversas, aunque todas esas situaciones siempre han estado llenas de peligros y tragedias. Y en este mundo existen sociedades jerarquizadas, creadas a través del legado que las religiones pasadas han dejado. La esclavitud regresa a las tierras del páramo desierto. Hay hombres que se aprovechan de los más débiles. Y la gasolina es motivo suficiente para librar una batalla en la carretera. ¿Quién podría acabar con esto? Aquel que vaga por el desierto en busca de lo mejor de sí mismo, el primer hombre historia. 

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El actor Hugh Keays-Byrne regresa a la franquicia para ser un nuevo villano, Immortan Joe. Este hombre ha logrado hacerse con el poder gracias a su influencia como mesías. Ha logrado quebrantar el espíritu de aquellos que anhelan un mundo mejor. Immortan Joe lo ofrece, lo promete, les dice que el Valhalla les espera. Ha unido los restos de la mitología nórdica con ese fanatismo hacia los vehículos, forjando nuevos rituales en los que su ejército llega incluso a sacrificarse, orgullosos de tener una muerte épica y grandiosa en la carretera. De hecho, no morir y fracasar es la mayor de las decepciones para el jerarca Immortan Joe. Y como buen líder y villano busca perpetuar su linaje, así que su solución es apoderarse de las mujeres más fértiles, bellas y sanas, las que puedan darle una mejor descendencia. Y además tiene el recurso más valioso, la aquacola, un nombre bastante irónico pues hace del agua un regalo para su pueblo pero también es el modo de tenerlos atrapados. Un poco de agua, muy de vez en cuando, pues “corren el peligro” de sentirse “adictos”.

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Es entonces cuando una misión rutinaria para traer recursos se acaba convirtiendo en una carrera a muerte. Será este personaje que inicia la guerra llevándose las «posesiones» más preciadas del patriarca, Imperator Furiosa (Charlize Theron), quien dé el pistoletazo de salida, pues es quien nos dice que ahora ha empezado la película justo cuando avisa con el claxon de su camión. Es una forma muy sutil de romper la cuarta pared, pues Miller no sólo pone ese detalle a nivel narrativo para que los personajes sepan que el peligro ha llegado. También está ahí para que el espectador se prepare, para que ponga cómodo su culo sobre el asiento porque va a empezar algo épico y grande.

Y ahí está el pobre Max, que había sido capturado en los primeros minutos, usado como una “bolsa de sangre”, ya que su sangre es la valiosa al poder donar a cualquiera. Le han robado su coche, el Interceptor. Ni siquiera tiene su chaqueta. La clave de un personaje como Max Rockatansky (Tom Hardy) es que importa mucho e importa poco. Él simplemente pasaba por allí y se ha visto envuelto en esa situación. No tiene apego por nadie ni se siente obligado moralmente a prestar su ayuda. Sin embargo, Mad Max: Fury Road funciona como una “falsa secuela” en la que Max es un hombre atormentado por todos aquellos que ha dejado morir por el camino. No será hasta que se acerque el final cuando entienda las palabras de Imperator Furiosa, aquella que busca algo más valioso que la libertad: la redención.

Así que Mad Max: Fury Road es un conjunto de muchas cosas: política, religión, filosofía, mitología… todos los personajes de la película son imperfectos, desechos de un mundo acabado que ya ni siquiera recuerda cómo era ese viejo mundo en el que los líderes hablaron y hablaron sin aportar ninguna solución provocando un estallido que arrasó la tierra y los océanos. La nueva historia se escribe a través de un personaje como Max, el hombre que está ahí para echar una mano aunque no sea lo que quiera en un principio. Es un superviviente. Lucha por sobrevivir y se le da bien, mejor que a nadie. Es un guerrero de la carretera.

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Pocas películas logran tener tanto sentido en sus elementos individuales como en su conjunto. Cada detalle está medido al milímetro. El hecho de que haya un personaje que use una guitarra durante una persecución podría calificarse como una “ida de olla” del director, pero encaja porque estas persecuciones son las batallas que se libran en este mundo. No se lucha a pie, se lucha a lomos de una criatura que tiene motor y ruedas. Y esta gente ha crecido con la influencia de los restos del pasado y les ha llegado el testigo de un mundo en el que los soldados eran llevados a la guerra a ritmo de tambores.

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Mad Max: Fury Road es un gran regalo. El mejor presente que se le puede hacer a un amante del cine de acción. Considero que todo es perfecto, incluso esa sencillez en la que la trama se basa únicamente en ir del punto A al punto B y viceversa. Es sólo eso, pero hay mucho más que eso. Hay profundidad. Hay reflexión. Hay humanidad. Y me alegra haber sido testigo de esta película tres veces en el cine. No sé si algún día volverá Max con otra entrega. Tampoco sé si lo haría junto a Imperator Furiosa, personaje que para mí posiblemente ha sido el mayor descubrimiento cinematográfico en años.

Y sinceramente, creo que Mad Max: Fury Road es una película que puede contarse sin miedo a la gente. Porque más allá de todas las lecturas que podamos hacer como espectadores, lo que no se puede contar es el frenesí que se siente al ver esas enormérrimas persecuciones. Su influencia ha sido evidente desde su estreno. No en vano también fue, para mi sorpresa y asombro, una película elogiada por los académicos del cine. De nuevo, creo que todo es perfecto en esta cinta. No quitaría nada ni añadiría nada. Tampoco cambiaría absolutamente nada. Se merece simplemente un estruendoso aplauso. 

Escrito por Javier Fernández López.

Twitter: @ZanderStrife

Ghostland

El subgénero home invasion nos ha dado películas de gran tensión e incluso terror. Tenemos la primera entrega de La purga, Secuestrados, No respires, Hush, La última casa a la izquierda… muchas películas y algunas muy interesantes o como mínimos decentes. Me gusta este subgénero porque siempre ha sabido encontrar la manera de «reinventarse». Pocas veces la premisa principal repite los mismos elementos.

Ghostland es una película dirigida por Pascal Laugier, un cineasta que conoce bien el género y eso se nota por el trato hacia los personajes. No estamos ante una típica cinta slasher donde mueren adolescentes. El comienzo es bastante convencional, una madre con sus dos hijas se mudan a una antigua casa de un familiar y ya en la casa, durante la noche, sufren la visita de dos personas que pretenden acabar con sus vidas. Pero habrá, para sorpresa del espectador, un importante giro. La violencia está bien presente durante el metraje, aquí no hay tijera ni censura. Hay escenas fuertes y se nota que Laugier no tiene reparo a la hora de construir secuencias que pueden herir la sensibilidad.

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No es una cinta que destaque demasiado, pero sí logra diferenciarse gracias al trato psicológico de los personajes. Estamos ante una película de terror psicológico, quizá cerca de lo que Rob Zombie nos ofreció en su duología de Halloween en cuanto a estilo. No obstante, aquí el giro argumental va por otro camino. Ese detalle aporta fuerza al relato, pero personalmente habría pedido que se profundizase un poco más en ello. La idea me parece estupenda, pero la ejecución se diluye entre escena y escena. Eso sí, artísticamente hay que destacar a Danny Nowak por su fotografía. La tonalidad oscura y sobria de la película aporta mucho al relato.

Desde luego, si te gustan las películas violentas y el cine slasher, Ghostland puede ser una muy buena opción. Es una cinta irregular. Podría ejecutarse mejor, podría profundizar algo más, podría ser incluso más violenta y podría explicar mejor algunos detalles sobre el dúo de villanos, aunque creo que la intención del director es precisamente que no tengamos información sobre ellos. Aunque lo de las muñecas no he terminado de pillarlo del todo.

“Los Crímenes de Grindelwald”: prólogo interminable para una secuela mal articulada

El gran, grandísimo problema de «Los crímenes de Grindelwald» es, por encima de que sea una precuela bastante mal planteada, que es un prólogo gigantesco a una larga y nueva saga de películas del universo de Harry Potter que están por venir. Más de dos horas tenemos de hechos y hechos que nos dejan con la miel en los labios porque de repente todo se corta de un tajo y nos prometen una siguiente entrega que llegará en algún momento durante los próximos años. Pues vale. No hay clímax apenas, y para colmo, no hay desarrollo de personajes: salvo Dumbledore, que aparece por fin, ninguno de los nuevos caracteres está bien delineado. No sabemos quién es casi ninguno de ellos ni sus razones para hacer lo que hacen porque aparecen de forma fugaz y desestructurada, y nos perdemos en un maremagnum de nombres, de escenas desgajadas y de menciones que nos lían y nos dejan de interesar al poco tiempo (por lo menos al que no es un grandísimo fan de la saga).

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El ritmo de la película, debido a esto, es soporífero. Y además, apenas hay escenas de aventuras y de acción, que era algo que caracterizó a la primera «Animales fantásticos y dónde encontrarlos» y que la hizo tan extremadamente divertida. Ambientación de diez, eso sí, y hay algún mensaje efectivo que hace referencia a los albores de movimientos supremacistas que tiene aplicación hoy en día con las olas de populismo mundial que estamos viviendo, pero paren de contar. David Yates, que lleva en la saga desde «Harry Potter y la Orden del Fénix», de 2007, aunque no sea un gran director, debería por lo menos saber ya lo que funciona y no funciona en estas producciones en serie (más que nada porque ya la cagó también y bien cagada en «Harry Potter y el Misterio del Príncipe»).

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Todo ello aparte de que, y esto es un gran problema que tienen las precuelas, hay mil cosas que no coinciden con los hechos que vendrán después a partir de «Harry Potter y la Piedra Filosofal». Si Dumbledore es un personaje clave de la historia, no le puedes crear a posteriori un pasado tan rico que implica incluso a un nuevo villano tan poderoso o más que Voldemort que luego a todos les importa tres pitos. Si no te da para hacer una precuela, y ojo, comprendo que es muy difícil articularla por todas estas cosas, haz mejor una secuela y ya está. Me da pena, pero «Los crímenes de Grindelwald» no cumple con la frescura de su antecesora y la deja en muy mal lugar. Quedan otras cuantas películas por delante en los próximos años para mejorar lo presente… Espero que se pongan las pilas.

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José Torres Criado

Escritor. Lector omnívoro. Viajero de las viñetas. Melómano indisciplinado. Autor de la novela corta ‘Imagen corporativa’, publicada por Ediciones El Transbordador.

Animales Fantásticos: Los crímenes de Grindewald.

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ESTA CRÍTICA ESTÁ LIBRE DE SPOILERS ASÍ QUE PUEDES LEERLA SIN TEMOR A QUE TE ESTROPEEN NADA DE LA PELÍCULA.

Volvemos al mundo creado por J.K. Rowling esta vez de la mano de la segunda entrega de Animales Fantásticos.

Al final de la primera entrega se nos desvelaba la verdadera identidad del personaje interpretado por Colin Farrell, que no era ni mas ni menos que Gellert Grindewald, interpretado por el enormemente cuestionado Johnny Depp (de esto hablaré más adelante).

Este era detenido por cometer varios crímenes, hechos que dan pie a la trama de esta segunda película que comenzamos a comentar a continuación.

Grindewald lleva 6 meses encarcelado en el Ministerio de Magia y se prepara para ser trasladado, pero claro, todo villano que se precie, tiene un plan maestro para escapar…

Tras un comienzo trepidante la película baja el ritmo, quizas demasiado para mi gusto, con alguna escena destacada de vez en cuando pero sobretodo profundizando en los personajes y en sus motivaciones de los que paso a hablar ahora.

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Por un lado tenemos al protagonista que ya todos conocemos, Newt Scamander, con prohibición de viajar por parte del ministerio después de lo ocurrido en Nueva York y como siempre pendiente de sus animales fantásticos.

Bien es cierto que en esta segunda entrega tiene un papel mucho más secundario y se agradece (o al menos yo) la reducción en escenas chorras con animalillos de por medio, y es que la saga en cierto modo empieza a recordarme a Star Wars en la variedad de criaturas que empiezan a aparecer en pantalla.

En el lado contrario tenemos al mismísimo Ministerio de Magia que anda en busca de un chico llamado Credence, el cual piensan que es un eslabón perdido que hay que eliminar para poner fin a los planes de Grindewald aunque entre ellos haya magos que no estén de acuerdo con los métodos, como Tina Goldstein.

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A Credence ya lo conocimos en la primera entrega, un chico misterioso que solamente quiere conocer una cosa y es ni más ni menos que su procedencia, su apellido, sus raíces.

Aparte tenemos un montón de secundarios que tienen peso en la trama pero que quedan en segundo plano ante los dos señores de los que paso a hablar ahora.

Y es que el film no va de NewtTina, sí algo más de Credence, pero de quien realmente va es de Grindewald y de un viejo conocido, en este caso no tan viejo, Albus Dumbledore.

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El señor Jude Law hace un papelazo, sabiente de su poder mantiene un carácter altivo e incluso chulesco de cara a sus amigos del Ministerio de Magia los cuales tratan de descubrir que planea en secreto.

No dudará en echar un cable a su amigo Newt en la aventura que tiene que emprender a la misma vez que ahondamos en un pasado que desconocíamos pero que algunos ya nos olíamos.

Y como colofón, el verdadero protagonista de la cinta (para algo su nombre aparece en el título, digo yo), Gellert Grindewald, interpretado por Johnny Depp, el cual fue vapuleado por la fanaticada tras saberse de su elección en el papel (acusaciones falsas y posteriormente retiradas de malos tratos), la mismísima J. K. Rowling hizo un comunicado diciendo que la decisión era inamovible, dando además motivos de sobra, entre ellos conocer los hechos de los que se le acusaban al actor y sobretodo, el haber ideado al personaje pensando en que solamente el señor Depp podía interpretar al villano.

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Tras tal puñetazo en la mesa, Johnny Depp le devuelve el favor a la escritora trayendo con él un villano de los que marcan época, Grindewald se come la pantalla, especialmente conforme llega el final de la cinta.

Sus motivaciones son reales y bastante razonables, las cuales en cierto modo me recordaron al Magneto de Ian McKellen, su sutileza a la hora de seducir tampoco quedan lejos de las maneras del gran Darth Vader y su lado oscuro.

Poco a poco irá consiguiendo sus propósitos dando lugar a un final de esos que dan tanto coraje, esos que te dejan la miel en los labios a espera de la siguiente entrega.

En resumen, desde mi punto de vista está bien esta segunda entrega, quizás peca de un tanto introductoria a lo que creo que es en sí una trilogía, dejando aparte Animales Fantásticos y donde encontrarloses por eso quizás que le perdono ese punto negativo.

Hay bastantes guiños a los films de Harry Potter y varios momentos de fan service, por lo demás, el resto de cosas como la fotografía, el vestuario o el CGI no pierden un ápice de calidad con respecto al resto de la conocida y extendida saga.

Con poco o nada más que decir, espero que la disfrutéis y que os quedéis con las mismas ganas que yo de la próxima.