El expreso de medianoche, un relato estremecedor

Vi esta película cuando aún era muy pequeño. Mi madre no vio problema alguno en que la viese. Sorprendente cuando menos, porque luego un servidor tenía que ver las películas de Alien a escondidas. Y es que El expreso de medianoche no es una película de fácil digestión precisamente. Es dura, en el sentido más dramático que una persona pueda imaginar. Cuando leí, muchos años después, que en Turquía no tuvo una buena recepción por la imagen que la película, y el libro del cual se inspiraba, había dado del país lo entendí perfectamente, porque desde luego esta cinta te quita las ganas de hacer turismo por allí. A tal nivel llegó la repercusión de la obra dirigida por Alan Parker que el propio Billy Hayes, el hombre que inspiró la historia de la película y que escribió el libro sobre su experiencia en Turquía, se vio en la circunstancia de pedir disculpas por cómo esta historia había dañado la imagen del país.

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Esto nos llevaría a un debate sobre la intencionalidad de la obra. Personalmente, no creo que El expreso de medianoche se hiciese con ánimos de hacer denuncia sobre las prácticas que se realizaban los turcos. Creo, quizá inocentemente, que el guión de la película obedece a un modo de hacer cine cuando se realiza un biopic cinematográfico. Las películas basadas o inspiradas en hechos reales suelen tener una buena recepción entre el público, pero rara es la ocasión en la que alguna película no se toma alguna libertad para modificar algún detalle. Esto se explicaba muy bien en la cinta de 2004 Big Fish, dirigida por Tim Burton. Cuando una historia merece ser contada, merece también ser “adornada” para llegar más fuertemente al corazón de los espectadores. Por tanto, se exagera. Pero también es justo decir que muchas veces estas exageraciones no deberían alejarnos de la responsabilidad de tener en cuenta las posibles consecuencias de estas “alteraciones”.

No obstante, aquí estamos para hablar de cine y por tanto para hablar de la película en sí, dejando de lado las posibles polémicas que rodeen a El expreso de medianoche, aunque no deja de ser interesante tener en cuenta estos detalles. Estamos ante una película poderosa en cuanto a narración y cruda en cuanto a contenido. Con un tono realista, quizá demasiado realista. Aún no soy capaz de ver cierta escena sin llenarme de ira. O de ver otra escena sin llorar. Brad Davis, prodigioso en su papel como Billy Hayes, ejemplifica como pocos actores lo han hecho la amargura, el desasosiego, el miedo, la tristeza, la soledad, la ira, la culpabilidad y, sobre todo, la deshumanización.

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Todo en esta película es elogiable, empezando por el guión de Oliver Stone, cargado de buenas dosis de ultraviolencia, así como la banda sonora compuesta por Giorgio Moroder, cuya pieza musical principal transmite con absoluta crudeza y devastación los sentimientos del propio Billy, generándose una armonía perfecta entre música y ambientación. Y es que la fotografía es otro de los puntos fuertes de la película, porque no puedes ver El expreso de medianoche sin sentir que todo es sucio, áspero, incómodo y desagradable.

El resto del elenco de la película brilla de igual modo que el protagonista, sobre todo John Hurt como Max, un amigo de Billy en la cárcel; Mike Kellin, quien interpreta al padre de Billy y que realiza un trabajo sobrecogedor en sus últimas apariciones; e Irene Miracle, que seguramente tiene la escena más recordada, diría incluso que parodiada, de la película. Dejando el humor de lado, esa escena es demoledora. Más aún, es una escena puramente humana, y nos hace pensar acerca de hasta qué punto pueden arrebatar una vida a una persona y, en este caso, hacerle olvidar a Billy que es un hombre. Es como si una persona pudiese olvidar que existe física y mentalmente.

Igualmente poderosa es la escena en la que Billy encuentra en la cárcel un lugar donde los presos pasean en círculo en una sala, pero siempre hacia la misma dirección, la derecha. Porque, como le dicen a Billy, «un buen turco va siempre hacia la derecha». El mismo que realiza tal afirmación es el mismo que previamente le había explicado a Billy que es “la fábrica” quien lo ha puesto ahí, porque Billy no es más que una “máquina defectuosa”.  Pero Billy, con actitud desafiante, decide ir hacia la izquierda, provocando el desconcierto de la sala, y ante la condescendencia del filósofo que hablaba sobre la “fábrica”, Billy le contesta con una poderosa y amenazante afirmación: «yo controlo a las máquinas».

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Ciertamente es la película ideal para que una persona se quite de la cabeza la peligrosa idea de traficar con drogas, de igual modo que Yo, Cristina F. es la película ideal para dejar de consumirlas.  Son películas que debería ver todo el mundo con una visión pragmática. Porque a pesar de la crudeza del relato, enriquece enormemente. El final de El expreso de medianoche es el momento de la verdad, porque se trata de una historia en la que Billy jamás regresó a casa. No el mismo Billy. Ése no era Billy. Imposible no sentir miedo y desesperación al ver sus últimos pasos en la película, con los hombros encogidos, tembloroso y atemorizado, para segundos después correr y no mirar atrás. Memorable.

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